Siempre hemos manejado la idea de que la consultoría artesana busca espacios contenidos, espacios humanos y comunitarios. Cierto que entre quienes nos movemos en este barrio se realizan propuestas variadas. Eso siempre lo hemos querido hacer evidente con la imagen del poliedro, con la que tan bien nos identificamos. Sin embargo, el tipo de trabajo que llevamos a cabo recurre en muchas ocasiones a la complicidad entre las partes, al conocimiento tácito, a la profundidad. Mientras, ahí fuera el mundo ha explotado en millones y millones de datos. Aquella construcción que elaborábamos desde el dato hasta la sabiduría parece haber mutado en su contrario: lo importante ahora son los datos. Ahí está el negocio, el de hoy y el de mañana.
Desde luego que la escena es compleja. Muchas de las personas que nos decimos artesanas, cuando practicamos la consultoría, no nos sentimos especialmente incómodas en entornos tecnológicos. En gran parte, nuestro origen compartido tuvo que ver con los blogs en los que escribíamos ¡y en los que seguimos escribiendo! Las tecnologías, decimos, nos hacen humanos. Pero, dicho lo anterior, es bien cierto que el tsunami de los datos obliga a detenerse y pensar de qué forma encaja este fenómeno en nuestra profesión. La economía del dato –con su arsenal de sus tecnologías asociadas– ha explotado y se vuelve ubicua. Las decisiones mejores son las que manejan mejores datos. Eso nos dicen, día sí y día también.
Harari habla de la religión de los datos. Le dedica a este asunto el último capítulo de su libro Homo Deus, el segundo de su aclamada serie que comenzó con Homo Sapiens y de momento ha llegado hasta 21 tendencias para el siglo XXI. Y allí dice: «El individuo se convierte en un minúsculo chip dentro de un sistema gigantesco que en verdad nadie acaba de entender.» ¿Tanto dato para volver al punto de partida y reconocer que cada día nos perdemos más?
Por su parte, Buyng-Chul Han en Psicopolítica escribía:
El lema del Quantified Self es: Self Knowledge through Numbers, autoconocimiento por medio de los números. Los datos y los números, por mucho que abarquen, no proporcionan el autoconocimiento. Los números no cuentan nada sobre el yo. La numeración no es una narración. El yo se debe a una narración. No contar sino narrar lleva al encuentro con uno mismo o al autoconocimiento.
Pero Harari o Byung-Chul Han saben que la sociedad contemporánea navega a lomos de un nuevo gigante: big data. La combinación del volumen de datos, su variedad y la velocidad de procesamiento nos conducen a la tierra prometida de la sabiduría tecnológica. Las máquinas pueden decidir mejor que nosotros porque las hemos dotado de fantásticos algoritmos. Reconozcámoslo: los vehículos autónomos conducirían mejor que los humanos y dejarían menos muertos en las carreteras. Eso sí, con dilemas morales de consideración, que habrá que resolver.
En la consultoría artesana también manejamos datos. Siempre lo hemos hecho. No vivimos al margen de la realidad. Los datos están ahí y no conviene olvidar que nos deben ayudar a entender lo que sucede. Los algoritmos nos sobrepasan y nos dicen que si A, entonces B. La correlación sustituye a la causalidad. ¿Debemos entonces renunciar de vez en cuando a entender las causas y fiarnos de las correlaciones? ¿Seremos capaces de hacerlo? No tengo clara la respuesta. La lógica me dice que debemos discernir cuándo procede dar paso al algoritmo. ¿Siempre con supervisión humana? No lo sé.
Cuando Richard Sennett hablaba de la artesanía en nuestro libro de cabecera, colocaba ejemplos que procedían incluso del campo de la informática. No importa la profesión, sino la actitud. Cada cual se aproxima a su actividad profesional de una cierta manera y ahí aparecen las diferencias. ¿Podría un algoritmo sentir la madera?, ¿podría interpretar mejor que un humano una pieza de Chopin?, ¿podría decirnos qué hacer cuando la relación con un cliente se ha estancado y el proyecto no fluye como debiera? ¿Cómo nos vamos a sumar sus capacidades y las nuestras?
El futuro traerá consigo más y más dilemas. Creo que estamos solo al comienzo. Nuestra profesión deberá evolucionar. La consultoría que queremos llevar a cabo debe tener en cuenta que todo sucede de persona a persona. Pero dice Harari que nuestros organismos no son sino algoritmos muy evolucionados. Sí, algoritmos. La magia, la sorpresa, la incredulidad no son para los algoritmos. ¿O sí? ¿Cómo será nuestra profesión dentro de 20 o 30 años? ¿Cómo se interpretará la artesanía? ¿Habrá algoritmos al frente? Me quedo, de nuevo, con Sennett en Construir y habitar cuando cita el caso de la ciudad coreana de Songdo, ejemplo de smart city rebosante de datos: «Los algoritmos de Songdo se autocorrigen, pero no se autocritican».
Soy de los que prefiero mirar al futuro con optimismo. Se me hace difícil pensar que nuestra profesión, la consultoría, y la forma en que pretendemos practicarla, la artesanía, vaya a desaparecer. En la famosa lista de Carl Benedikt Frey y Michael Osborne sobre el futuro del trabajo no aparecemos como profesión amenazada por la tecnología. Mientras sigamos trabajando en contacto directo con personas creo que estamos a salvo. La analítica masiva de datos nos conduciría a otro escenario. ¿Amenaza? Ojalá seamos capaces de cambiarla de lado en nuestro DAFO particular y convertirla en oportunidad. Ánimo, seguro que podemos.
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