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Creo que es fácil entender que a veces los proyectos de consultoría complejos –¿los hay que no lo sean?– conducen a situaciones imprevistas. Soy de los que insiste mucho en dedicar tiempo a una fase «0» en la que, entre otras cosas, intento entender, de la mano del cliente, qué puede ocurrir que nos desvíe del objetivo. Ya en este momento, puedes darte cuenta de que el proyecto estará sometido a tensiones que lo irán meneando como si fuera un pequeño velero en medio de una tempestad. Eso sí, la probabilidad de que en un proyecto no haya «tempestades» es mínima. Sobre todo, si el proyecto es de cierto calado.

Hace poco, me sucedió que en una reunión del equipo de proyecto, con diez personas presentes, además de quien escribe, se desató la tempestad. De hecho, la reunión tuvo dos partes bien diferenciadas, una primera, que más o menos iba según el guion previsto, y una segunda donde las cosas se pusieron feas. Preferí adoptar un rol menos participativo para escuchar e intentar entender qué estaba sucediendo. Necesitaba observar de qué lado y con qué fuerza estaba soplando el viento, por qué lo hacía y hasta qué punto valía la pena luchar contra él. A fin de cuentas, la victoria final suele venir plagada de pequeñas derrotas.

No voy a decir que «disfruto» de esos momentos de zozobra, pero, desde luego, que no me afectan por lo que a la confianza en avanzar se refiere. Asumo que la complejidad conduce a progresos que no pueden ser lineales y que estos momentos de tensión y conflicto deben suceder. También reconozco que, metidos en el fragor de la batalla, pueden generar malestar y un desgaste de energía que puede afectar a la moral.

Ahora que han pasado unos días y que he tenido la oportunidad de contrastar lo que allí pasó con quien hace las veces de «jefa de proyecto» por parte del cliente, lo entiendo mejor. En breve tengo que introducir de nuevo un feedback positivo para estimular al grupo y mostrar cómo, efectivamente, seguimos progresando. No en forma linear, como decía antes, pero sí en términos generales. La reunión, con sus dosis de desacuerdos, sirvió para hacer evidente que, depende desde dónde se miren las propuestas, adquieren un sentido u otro.

Esto plantea algo importante: la asimetría en la percepción de lo que se debate y se propone. Cada cual se sitúa, por su cargo y por la organización a la que representa (hablamos de varias que conforman un grupo), en un lugar único. Esto provoca desencuentros. Pero ayuda a comprender que lo que estamos proponiendo debe tener en consideración esas diferentes miradas. La lógica me dice que lo que se propone debe combinar un hilo común (a fin de cuentas esas organizaciones forman parte, como decía, de un único grupo), pero que también se debe atender a la especificidad de cada caso.

La angustia del momento puede ser peligrosa, por supuesto. Incluso porque pueden aparecer imprevistos que no es fácil manejar si aquella «fase 0» de la que hablaba no fue capaz de preverlos. El esfuerzo de planificar –algo que no supone tanto la obligatoriedad de una ruta, sino de analizar bien el contexto– debe ayudarnos a adivinar hasta qué punto pueden aparecer imprevistos y cómo vamos a naturalizarlos. Los imprevistos y las angustias son bienvenidos siempre que no nos bloqueen ni conduzcan a consecuencias emocionales tóxicas. Y sí, pueden ocurrir. No todo el mundo se siente suficientemente a gusto con el conflicto y la tensión.

Nuestros proyectos de consultoría deben asumir movimientos de avance y retroceso. Nada como un buen revolcón en una reunión en la que, a veces sin saber muy por qué, el tono se eleva y lo visceral sale a flote. Somos así, nuestros proyectos no pueden ser de otra forma. Eso es la consultoría, eso es lo que nos hace aprender. Todo proyecto lleva un riesgo implícito. De la misma forma que (espero) esa reunión de la que estoy hablando creo que va a suponer, para bien, un momento clave del proyecto, podría ocurrir lo contrario. Sería, sin más, otro fracaso a sumar a la lista de aprendizajes.

Angustia, ansiedad, imprevistos, tensión, conflicto. Si no nos sentimos más o menos a gusto con lo que implican, entonces podemos tener un serio problema de gestión del proyecto de consultoría. Va a ocurrir, tenlo por seguro. Va a llegar un momento en que las cosas se salen de madre. Cuando suceda, tenemos que actuar con sosiego, diría que «con método» para enfriar el momento y no tomar decisiones de las que quizá más tarde nos arrepintamos. Es fundamental la visión amplia y ubicar el fracaso de una reunión o de una propuesta concreta en una hoja de ruta de progreso global.

Y sí, a veces, todo sale mal. También tenemos que prepararnos para eso. No somos infalibles. Y nos equivocamos. Yo, el primero.

Imagen de Kleiton Santos en Pixabay.

Julen Iturbe-Ormaetxe

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