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La imagen gráfica y audiovisual se está comiendo al texto. Parece una tendencia imparable en los patrones de comunicación contemporáneos. Esto, como era de esperar, también está reflejándose en el mundo de la formación y la consultoría. Vemos cada vez más informes, presentaciones y documentos profesionales con imágenes, dibujos, infografías y vídeos que sustituyen de forma implacable a la palabra escrita. La exigencia ahora es que los textos –si los hay– tienen que ser muy breves, sentencias cortas y guionadas, porque hay poca paciencia para hacer lecturas pausadas, de prosa continua.

Que el formato de expresión que usamos los que nos dedicamos a la consultoría, para plantear diagnósticos o presentar resultados a los clientes, se vuelva más variado, que se apele para ello a códigos diversos, me parece sin duda un avance. Siento que esos dispositivos pueden (y deben) ser más ágiles y alegres que como lo han sido hasta ahora. Pero, al mismo tiempo, creo que en ese desenfreno por apuntarse a lo nuevo, estamos relegando al texto a una función secundaria, cosa que me parece un gran error.     

Insisto, en la mezcla de distintos formatos está la riqueza. Una imagen o una viñeta acompañada de un texto que haga preguntas e induzca a la reflexión, puede tener un efecto más estimulante en el cliente que recibe un informe o nos escucha en una formación, que poner un párrafo tras otro en un largo documento. Sin embargo, el texto sigue ocupando un lugar clave e insustituible en esa parte del trabajo de consultoría tan importante que es la de documentar preguntas, avances y conclusiones.  

Yo, que no soy ningún ejemplo para nadie, me resisto a usar en mis presentaciones una imagen tras otra sin que haya texto alguno. Es la moda TED Talks que, como en su momento expliqué, está Mcdonaldizando el arte de comunicar. El relato contado con imágenes (e “historias”, una práctica que se ha frivolizado hasta la saciedad) parece ser el único válido, y lo demás es cosa de carcas. Por el contrario, soy de lo que piensan que una frase potente, una cita oportuna o incluso, una lista breve de guiones estructurando un problema o planteando opciones, son recursos que tienen un valor enorme cuando se quieren transmitir y documentar ideas.

Yo sigo, y seguiré, en las trincheras del código escrito. En parte puede ser porque no se me da bien el dibujo y tampoco tengo una relación cómoda con micrófonos y cámaras, pero la razón fundamental sé que no es esa, sino que para mí el texto no ha perdido frescura, ni magia, si es bien tratado. De hecho, en mi trabajo de consultoría, escribo mucho, muchísimo. Mis clientes saben que lo documento todo por escrito. Lo hago así con dos objetivos: 1) para comprender lo que observo y escucho, porque al escribir encuentro las palabras justas que me ayudan a pensar, 2) para transferir al cliente todo lo que aflora del proceso, de tal modo que ese conocimiento sea compartido. Si no lo transfiero en un soporte sencillo de entender y utilizar, que sea fiel a lo percibido, entonces me parece que se está perdiendo mucho por el camino.

Alguna vez se me han quejado de que escribo mucho cuando he mandado textos largos con argumentos desarrollados al detalle. Algunos clientes, una vez que los conozco, sé que no tienen paciencia para gestionar un formato así, entonces “aligero” el relato optando por píldoras o resúmenes tipo PPT. Pero lo curioso es que, a menudo, los mismos que me han dicho que les costó leer un informe exhaustivo, después me han agradecido de corazón que me haya tomado el trabajo de documentar tanto. Transmitir ideas de forma escrita no es solo un ejercicio que ayuda a reflexionar y a ordenar, sino que es un deber ineludible en consultoría, porque de esa forma se transfiere al cliente un conocimiento que puede consultar después cuando quiera.

El texto puede ser todo lo preciso que uno quiera según lo tiquismiquis que se sea con las palabras. Reconozco que no soy de los que deja sus opiniones con una narrativa ambigua. Me posiciono o, como mínimo, trato siempre de explicitar las distintas opciones del modo más claro que se pueda porque creo que una parte esencial de mi trabajo en consultoría consiste en ayudar al cliente a pensar mejor. Y si tengo dudas en cuanto a las opciones de solución, como me ocurre a menudo, puedo echarme horas (o días) tratando de encontrar la mejor combinación de palabras que en forma de preguntas ayude a descifrar el acertijo. Pero, de nuevo, se trata de escritura, de saber trasladar a un formato de interrogación lo que intuyo que puede ser esencial para encontrar la solución trabajando juntos.

Suelo trabajar con distintos dispositivos para pulir lo textual. Uno puede ser editar sobre un documento en Drive, con control de cambios, pero sobre todo con comentarios integrados. Esto de insertar comentarios contextuales es un recurso que uso mucho y que aporta bastante valor en la reflexión colectiva. A veces la conversación se genera a través de mails que van dejando un rastro textual algo desordenado pero que me sirve para recuperar ideas que terminan en un documento más orgánico. Van y vienen preguntas, van y vienen respuestas. Suelo hacer esto mucho aprovechando la naturaleza asíncrona del e-mail, y el tiempo que da para que la gente piense y documente.

Antes mencioné la tendencia cool de las presentaciones tipo solo-imágenes, que evitan -como un dogma- usar textos. Es un hábito al que se ha apuntado mucha gente. Algunas de las razones que se manejan para hacerlo me parecen plausibles. Por ejemplo, que la audiencia ponga toda su atención en lo que está contando el o la comunicadora porque leer textos le distrae. Sin embargo, como ya dije, creo que en la mezcla está la virtud. Hay también en esa tendencia un poco de “síndrome del gurú”, que prefiere guardarse para sí el relato interesante, no dejar rastro por escrito (cuando tampoco se documenta por vídeo), para que tengan que volver a contratarlo como ponente porque mirando la presentación a posteriori no te enteras de nada 🙁

Yo, en mis cursos, uso presentaciones que son siempre auto-explicativas. Lo que dejo al cliente (o a los participantes en una formación) es algo que se pueden llevar a casa, lo pueden releer, para consolidar ideas o tomar nuevos apuntes. Puede que le quite emoción al relato, pero aporta otras cosas de mucho valor. Mi obsesión es dejar documentadas ideas-fuerza que se puedan retomar después para cuestionar o pulir con más conversación.

El lenguaje gráfico me parece un recurso estupendo para el trabajo colectivo con prototipos, porque es muy abierto e inclusivo, da mucho juego para pensar sin acotar antes de tiempo. En general, creo que lo gráfico sirve para situaciones en las que conviene dejar cosas abiertas, que pueden prestarse a distintas interpretaciones, porque es menos meticuloso que el texto. Sirve para insinuar y deja cables sueltos. Por eso lo veo más adecuado para la fase divergente, mientras que para la convergente, sobre todo cuando hay que tomar decisiones, el texto (bien utilizado) me parece el recurso más eficaz.

Los recursos textuales pueden ser tan juguetones como los gráficos si se usan bien. Me gusta jugar con pares de palabras (que hay que elegir muy bien) que resuman atributos en conflicto, que planteen dilemas. Por ejemplo, flexibilidad vs. eficiencia, legitimidad vs. eficacia, libertad vs. responsabilidad. Sintetizar posibilidades o soluciones en frases breves, que funcionen como “navajas mentales” en la comprensión del cliente, me parece un ejercicio muy útil y estimulante. Ahora que están tan de moda las herramientas online para impartir cursos, tipo Mentimeter, crear nubes de tags o usar escalas para agregar opiniones en torno a sentencias bien escritas, son estrategias de aprendizaje y de puesta en común que me encantan.

En los ejercicios de reflexión colectiva, los típicos que hacemos en los talleres, usamos post-its, que pueden ser textuales, pero también dibujos o imágenes. Cuando viene la fase convergente, en la que hay que ponerse de acuerdo (en el caso que haya que hacerlo, que es muy a menudo), la parte gráfica es la que más sufre, la que más se desaprovecha, si no somos capaces después de documentar textualmente lo que se ha querido decir. Ya he dicho que los dibujos dan mucho juego, que crean una ambigüedad estimulante “para tirar de la lengua”, pero que, llegado el momento de la verdad, se tienen que traducir en palabras. La negociación en torno al texto obliga a ser más precisos, y eso convierte a la reflexión colectiva en un ejercicio más ambicioso. El papel aquí del relator o relatora es clave. No es nada fácil dar con las personas adecuadas que sean capaces de curar y sintetizar las ideas de una manera fiel, para que el grupo pueda volver a esos resúmenes y seguir avanzando en sesiones posteriores.

Tenemos compañero/as en nuestra red de consultoría artesana que son artistas usando el dibujo y el formato gráfico. Admiro esa capacidad tan sutil con que nuestro amigo Asier Gallastegi juega a los trazos para ilustrar ideas. Sé que por ese camino hay más que explorar, y que tengo mucho que aprender. Diversificar los enfoques es una buena idea. Solo quería reivindicar el texto, el noble arte de escribir, porque siento que lo estamos despreciando por encima de nuestras posibilidades 🙁

Imagen de Free-Photos en Pixabay.

Amalio Rey

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