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Reconozco que no sé por dónde comenzar ni por dónde terminar. He perdido la costumbre de escribirme. Me ha abandonado la capacidad. Ha huido el tiempo. Creo que es esto: “Ha huido el tiempo”.

Pensaba que todo estaba intacto hasta el momento de redactar. Lo creía porque sigo teniendo ideas, desajustes entre las expectativas y las prácticas, las lecturas me contrastan, sigo agolpando las palabras diciendo una cosa y casi la contraria, rozando con los brazos, cabezas y caderas de mis compañeros y compañeras de viaje… Pero no es lo mismo. 

Creo que el salto es anterior. Iba a escribir que se trata de rutina y falta de sorpresa, pero hubiera sonado aburrido. La verdad es que me río mucho trabajando. Cada vez más y con más permiso. Y para mí es una señal maravillosa. Los proyectos son retadores y pocas veces voy en modo de inercia. Sigo teniendo dudas y me sorprendo, un poco menos, pero me sorprendo. 

Escuché a Atxaga hace unos años —¿o fue que le leí?— que, en relación con lo que nos ocurría como sociedad, él se encontraba como las señoras mayores que asistían con distancia a los escarceos sexuales y amores en las fiestas de los pueblos. Quizás hay algo de esto. ¿Tengo espíritu de jubilado cuando miro a la práctica profesional? No me parecería un mal lugar. Creo que me pierdo algo, pero lo leo y conecto con cierta tranquilidad. Y a la vez creo que no es exactamente así. 

No sé cuánto tiene que ver con la experiencia y la edad. Tengo la certeza de estar absolutamente hackeado por mi entorno. ¿Cuál es el momento en el que escribimos sobre lo que queremos explorar? ¿A qué hora hay que levantarse para escribir y escapar de la agenda comprometida? ¿Cómo sigo compartiendo dudas en abierto cuando se esperan propuestas? ¿Cuál es el tono que debo de utilizar? ¿Cómo lo hago útil para mí y para el resto de personas?

No puedo escribir estas preguntas en un blog colectivo como este sin avanzar respuestas. Lo sabéis, convivo con colegas que mantienen viva la llama de la reflexión y la conversación en esta internet del selfie.   

Creo que sigue habiendo un lugar para las digestiones personales en este mundo de la consultoría y la formación. A veces me gustaría compartir sin filtro cada lapsus. Reacciones que de pensarlas mucho me hacen enfadarme conmigo mismo y, sin embargo, dejo estar solo sorprendiéndome. Creo que hay valor en ese contemplar las sensaciones sentidas. 

Creo que en estos momentos es más necesario que nunca pensar juntos, conversar sobre lo que necesitamos, observar alrededor, poner todas los datos e intuiciones al servicio y esbozar caminos. Hoy no podemos acercarnos a la planificación como asfaltan montes para construir autopistas. Necesitamos recuperar otra manera de relacionarnos con lo que nos rodea y nosotros mismos, más humilde, sensible y consciente. 

Creo que este cruce de conversaciones que eran y son nuestros posts son una manera de hackear los contextos que nos hackean. Escribirnos y leernos nos ayuda. Igual podemos verlo como una performance de lo inútil. Dar un espacio consciente a lo que no tiene un objetivo concreto. Perdernos un rato por las periferias. Permitirnos perdernos. 

Pensaba también que no todas estas mujeres de las que hablaba Atxaga están lejos de lo que ocurre en la plaza del pueblo. Me imaginaba algunos cruces de miradas, mirando a través de los jóvenes y atendiendo a otros cuerpos con más historia, compartida o no. Pensaba en los roces, en los flirteos, en la capacidad de sonrojarse y de contarlo y cantarlo. 

¿Dónde están los roces?, ¿cuáles son los lapsus?, ¿dónde nos gustaría invertir el tiempo desapegados de la utilidad?, ¿qué luces brillan que nos hipnotizan?, ¿dónde están las cuerdas para no seguir los cantos de sirena?, ¿qué caminos y plazas decido habitar?

Fuente de la imagen: https://www.pbs.org/newshour/science/isolation-generation-master-inventors-cuba

Asier Gallastegi

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