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Estoy envuelto en un proyecto que me está haciendo pensar más allá. Esto siempre implica una dedicación extra que no se lleva bien con las agendas exigentes. A pesar del estrés fruto de esta combinación, también hay tiempo para el disfrute.

La pregunta cobra diferentes formas, pero voy a intentar expresarla de manera sencilla para enfocar la reflexión: ¿qué significa innovar en nuestro trabajo?, ¿qué me ayuda a estar atento para mejorar mi trabajo y mis propuestas?, y ¿en qué momento tienes la sensación de haber diseñado algo suficientemente diferente?

No quiero perderme en la frontera entre «mejora continua» e «innovación». Uno de los libros que más he disfrutado sobre estos temas es «Las buenas ideas: Una historia natural de la innovación» de Steven Johnson, y este texto evita ese debate, dando un salto hacia arriba y hablando de «buenas ideas» para referirse a un continuo.

Soy consciente también de las batallas tras la palabra, de la industria de las subvenciones alrededor de este ejercicio, cierta burbuja que a veces nos hace desconfiar, e incluso de algunas críticas de más calado que ponen en valor la fuerza que conserva y cuida frente a la que doblega e inventa.

Desde estos lugares, me acerco a la reflexión sobre este ejercicio. Y este suelo es desde el que sigo trabajando y, con humildad, creo que sigo avanzando, incluso reconociéndome en algunos saltos.

No creo que, en mi caso, se trate tanto de una estructura que me ayude a innovar, sino de un ecosistema, un entorno. Me apoyo en algunas rutinas y herramientas, como por ejemplo, guardar y compartir enlaces que considero de interés a través de Twitter y un marcador social. También, al final del año, suelo hacer una revisión de los proyectos en los que he trabajado, las alianzas que me han permitido colaborar con estos clientes y el tipo de contexto o proceso en el que he estado involucrado (consultoría, formación o coaching), pero no considero que sea el ejercicio más importante.

Voy a utilizar este post para compartir algunas de las claves que creo que me ayudan a mantenerme despierto y propositivo en este ámbito. Seguramente estoy describiendo cómo es este entorno:

  1. Equilibrio entre proyectos diferentes y semejantes. El debate entre estandarización y proyectos a medida ha estado muy presente en la construcción de nuestra identidad «artesana». Desde mi experiencia, necesito ambas cosas. Soy conocido por querer incorporar cambios incluso en propuestas consolidadas. Por otro lado, creo que solo he podido avanzar en verdaderos cambios cuando he podido participar en espacios que se repiten y perduran en el tiempo. La misma propuesta que comienza balbuceando se va consolidando y transformando a lo largo del tiempo, y esto solo es posible con cierto grado de repetición.
  2. Dudar y conectar con todo lo que aún no sé, ni sabré, es fuente de frustración y aprendizaje. Leí hace unos días en una de mis libretas de notas más antigua: «Hermana duda, dame tregua». Esta tensión entre sentirme maestro y aprendiz es el motor que me impulsa a seguir cuestionando y avanzando. En estos momentos, por ejemplo, estoy queriendo profundizar sobre la ira como motor de cambio. Me cuesta verlo, creo que se gasta mucha energía y que a veces logra lo contrario, posiciones más rígidas. Pero en lugar de escapar y reforzar lo que ya pienso, me acerco a personas que sé que piensan diferente, leo autores y autoras que están en otro lugar. He aprendido de la fuerza de lo performativo para dar un salto en estas contradicciones y también estoy queriendo experimentar. En este sentido, en algunas ocasiones digo que sí a proyectos que me ayudarán a seguir respondiendo mis preguntas.
  3. Apuesta por sostener la complejidad detrás de algunos proyectos. Me he curtido como profesional en el terreno de las relaciones humanas en contextos de vulnerabilidad extrema. De este lugar dinámico, absolutamente condicionado por las estructuras, con un nivel de repetición y frustración altísimo, me rescato la teoría general de sistemas. Es un marco con el que seguimos trabajando a pesar de sus límites. Aprendí los rudimentos de esta perspectiva en retroproyectores y por modelado. Me cuesta mostrarme para el modelado, pero poco a poco voy saliendo del armario. En busca de alternativas al retroproyector, soy un malabarista. Escribí en este mismo lugar sobre mi apuesta por la kinestesia en la didáctica. Este es un terreno donde sigo experimentando y creando nuevo.
  4. Transitar, chocar y alinearme en diferentes perspectivas, profesionales y disciplinas. Desde hace años, tengo alquilado un pequeño despacho cerca de casa donde acumulo lecturas y plantas. Es una suerte de refugio antinuclear. En este lugar me siento mejor que en muchos otros, probablemente porque me permite estar solo (sea lo que sea eso en este tiempo de hiperconectividad). Dicho esto, en más de la mitad de mis proyectos, trabajo con otras personas y en red. Creo que es una inversión maravillosa y no siempre sencilla. A veces rozamos como si siguiéramos estelas diferentes y comprendernos requiere un esfuerzo. He decidido depender de otras personas para abordar proyectos grandes, y eso me sienta bien. Además de estas relaciones «estables», me gusta navegar por otros territorios y enriquecer mis trabajos con algunas colaboraciones puntuales. Los pequeños saltos que he podido dar han sido gracias a la suma de perspectivas, herramientas y marcos. Quiero seguir construyendo puentes con el mundo del diseño y los lenguajes visuales. Me encantaría embarcarme en algún proyecto que trabaje con datos y su visualización para abordar cambios sociales.
  5. Metacomunicar y observar mi trabajo desde la distancia. Tengo la suerte de mantener espacios de formación y aprendizaje sobre aspectos que son parte de mi práctica cotidiana. Un miércoles, estoy facilitando una conversación difícil en un equipo directivo de una cooperativa y el jueves facilito un espacio para lideresas y líderes, coaches y consultores y consultoras sobre cómo dinamizar este tipo de espacios. Cada sesión es un gimnasio para el fortalecimiento. Siempre aprendo de lo que funciona y de lo que no. Disfruto especialmente cuando trabajo con otro compañero o compañera. Mientras ella trabaja, yo observo, y mi intervención siempre tiene el poso de partir de lo que siento, pienso y soy capaz de diseñar para trasladarlo de manera estratégica, buscando el impacto. Suelo pensar que contar un proceso o analizar una intervención después de realizada es un poco engañoso. Pretendemos aprender de uno de los posibles itinerarios con preguntas del estilo «¿por qué hiciste esto y no aquello?» Aquí me gusta compartir mis dudas, lo que reflexioné mientras proponía un camino u otro. En cualquier caso, este ejercicio, al igual que escribir este post, por poner otro ejemplo, es fuente de aprendizaje y mejora.
  6. La digitalización también es un puente hacia lo nuevo, o al menos forma parte de ello. Desde hace muchos años, ha sido un proceso que se ha conectado muy bien con mi necesidad de experimentar y aprender. A finales de los 90, quise entender cómo funcionaban las páginas web y solo se me ocurrió una forma de hacerlo: diseñando mis propios espacios. Más tarde vinieron proyectos que me sumergieron en todas las posibilidades de lo que en ese momento era la web 2.0. He dinamizado la asignatura «Innovación Social y Nuevas Tecnologías» en la Universidad de Deusto durante 8 años. Al comienzo de la alerta sanitaria, volví a encontrarme con otras personas que buscaban apropiarse de las herramientas, y creo que esa sigue siendo la estrategia, aunque cada vez sea más complejo. En tiempos de chatbots como interfaz de inteligencias artificiales, necesitamos despertar la perspectiva crítica que se perdió en los miedos relacionados con los diferentes abusos entre personas para seguir incidiendo en los verdaderos fenómenos de «bullying» de la economía de la atención.

En 1992, envueltos en la fiebre olímpica, me sorprendí acuñando un término: «pasar olímpicamente». Os juro que me creí el autor de la expresión. A partir de ahí, he tenido un par de momentos de competencia serios defendiendo algunas propuestas que consideré más mías que otras. La tensión entre competencia y colaboración surge de vez en cuando y también siento que es correcto seguir tratándola en su complejidad. En todo caso, creo que tiene sentido relativizar las paternidades y maternidades de algunas propuestas. 

Algunos ejemplos sencillos de lo que yo consideraría innovaciones en mi propuesta profesional son:

  • Trabajo con la historia de las organizaciones. Lo sitúo como un producto del cruce entre el ejercicio de la «espiral de la historia» del marco de la sistematización, el trabajo sobre principio rector y el origen de las organizaciones de Jan Jacob Stam, la teoría U, la facilitación gráfica que en este producto he incorporado con el trabajo de Miryam Artola, el trabajo de relato y memoria colectiva realizado por tantas organizaciones durante y tras el conflicto vivido en Euskadi y más recientemente con el concepto de propósito evolutivo de Frederick Laloux.
  • La propuesta de reflexión y acción para conversación que buscan disolver rumores dentro de la estrategia antirrumores en Euskadi. En este sentido, creo que es el fruto de la hibridación entre la mirada a las lealtades invisibles y la construcción de los modelos mentales que trae la mirada sistémica y parte del enfoque transgeneracional de la terapia familiar sistémica, el modelo de cuadrante de valores que aprendí junto a Elisabeth Ferrari, décadas de trabajo en el mundo del antirracismo y mis años de militancia en el antimilitarismo. Algunas personas han visto cerca de los postulados del feminismo, y agradezco mucho este reconocimiento.

Estos son algunos ejemplos sencillos de lo que yo consideraría innovaciones en mi propuesta profesional. ¿Cómo lo hacéis vosotras y vosotros? ¿Cuál es el ecosistema o las rutinas que os conectan con el cambio? ¿En qué momento habéis sentido que vuestra propuesta estaba dando un salto?

 

Asier Gallastegi

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