Si quieres puedes compartir este contenido

En tres de los últimos proyectos de consultoría en que he estado trabajando he intentado poner sobre la mesa una mirada más allá de la cuenta de resultados y de los objetivos que vienen marcados por las exigencias del mercado. A veces no es tan fácil «mirar más allá» porque los servicios que se nos han requerido están focalizados en un problema real en el que podemos ayudar. Voy a poner un ejemplo. Y sí, veréis, que es un asunto delicado porque tiene que ver, a fin de cuentas, con nuestra «responsabilidad social».

Creo que a estas alturas de partido a nadie se nos escapa que, de momento (quiero pensar en futuros alternativos), solo contamos con este planeta que habitamos y con una sociedad que debemos cuidar. Los cuidados son un concepto que tiene que ganar presencia en nuestro discurso cotidiano. Me refiero a unos cuidados con mayúscula, como concepto básico del que partir y al que regresar cuando las cosas se ponen feas. Tenemos la obligación de cuidarnos en nuestros círculos más íntimos y también tenemos la obligación de cuidar este planeta. ¿Vamos a dejárselo mejor a quienes vienen detrás de cómo lo encontramos?

Bien, vamos con un caso concreto. Estás trabajando en una reflexión estratégica. Es un proyecto bonito, con mucha conversación interior y que pivota en torno a dos grandes líneas: cómo ganar competitividad en el mercado y cómo, efectivamente, «nos cuidamos» mejor dentro de la organización para convertirla en ese lugar de confianza al que merece la pena ir y con un suficiente nivel de compromiso. Hablamos de una empresa que trabaja, casi al cien por cien, en el sector de automoción.

Recabamos información del mercado por diferentes vías en un trabajo minucioso y constante. La voz del cliente es fundamental. Tenemos que entender, además, hacia dónde se dirige el sector, hay que entender sus tendencias e identificar aquello en lo que podemos aportar valor. Así pues, preguntamos a los clientes, preguntamos a alguna que otra asociación del sector, leemos informes varios. Todo para entender cómo podemos aportar valor en ese complejo panorama. Pero puede ser una mirada excesivamente limitada.

Los clientes, por ejemplo, hace ya cierto tiempo que están exigiendo que midamos la huella de carbono, que expliquemos de qué forma traducimos a acciones concretas ese mantra de la sostenibilidad. El mercado «tira» de nuestra responsabilidad. Somos un proveedor que busca posicionarse sobre la base de unos resultados evidentes a partir de unas determinadas capacidades. Pero también buscamos poner sobre la mesa una cultura, unos valores. Es nuestra responsabilidad.

En todo este camino, poco a poco, emerge una duda «responsable»: ¿qué mundo proyecta el actual sector de automoción? Más en concreto: ¿qué mundo proyectan los grandes gigantes del sector? Llegamos hasta los OEM, los Original Equipment Manufacturer, y encontramos, claro está, una determinada concepción de la movilidad y del transporte en general. La industria de automoción, con su estructura de grandes fabricantes multinacionales, es un agente sentado a la mesa del futuro del planeta. ¿Suena excesivo? Creo que ya no hay excusa para no hablar, también, de estos asuntos.

Así pues, nuestra labor de consultoría debería, sí o sí, adentrarse en una reflexión (da casi igual el proyecto con el que andemos) sobre el sentido, sobre el propósito último de aquello que parece definir a la organización para la que trabajamos. ¿El futuro debe continuar como el pasado?, ¿los grandes fabricantes de vehículos a motor deben continuar con su poder sobre la base de una compleja red de proveedores en la que cada cual hace lo que tiene que hacer para que la rueda continúe girando en el mismo sentido?

Soy consciente de que, en función de nuestro proyecto de consultoría, este tipo de conversaciones en torno a «grandes preguntas» puede encontrar espacio o no. Pero me veo cada vez más en la obligación de plantear preguntas que a veces no formaban parte de lo previsible. Tenemos que mirar más allá e introducir, hasta donde sea posible, preguntas profundas sobre el sentido de la actividad que desarrolla esa organización para la que estamos trabajando.

En una reflexión estratégica diría que es una obligación. Es el típico proyecto en el que este tipo de conversaciones son obligatorias. Tenemos que preguntarnos no solo por el mercado y los clientes, sino también por lo que ocurre más allá: por cómo nuestro posicionamiento influirá en dejar o no un mejor planeta. Creo, además, que, por suerte, cada vez está más normalizada esta conversación. ¿Deberíamos diversificar y no apostar solo por automoción?, ¿deberíamos distinguir clientes en función de cómo sintonizamos con sus propuestas para dejar un mundo mejor?

Más delicado es el caso de que te encuentres, por ejemplo, con una empresa que, por ejemplo, diseña y vende máquinas para la industria militar. Dentro de su amplia gama de producto, este es «un sector más». Yendo más allá, cualquier fabricante de máquina-herramienta creo que está obligado a pensar en las consecuencias de las máquinas que diseña y vende: ¿cómo van a influir en el sentido del trabajo de las personas? Las máquinas cada vez van a tomar más decisiones. Quienes las fabrican asumen una responsabilidad en un modelo industrial que, por supuesto, evoluciona hacia un progresivo mayor uso de la inteligencia artificial. Cuestiones éticas, ¿verdad?

En fin, en la consultoría artesana no podemos quedar al margen de que existe una responsabilidad social en nuestro trabajo más allá del proyecto concreto que hayamos acordado con nuestro cliente. No podemos permitirnos el lujo de evitar «preguntas profundas». Y, claro, muchas veces incómodas.

Imagen de G.C. en Pixabay.

Julen Iturbe-Ormaetxe

Este sitio web utiliza cookies para que tengas la mejor experiencia de usuario. Si continuas navegando estas dando tu consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pincha el enlace para mayor información.

ACEPTAR
Aviso de cookies