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Es muy probable que cuando trabajamos en consultoría con un cliente tendamos a establecer una relación que en gran parte está basada en un principio básico: es ella (o él) quien paga la factura y, por tanto, manda. Sí, de nuestro lado se supone que contamos con cierta experiencia y con un saber hacer que nos otorga algún tipo de credibilidad, pero puede ser que en el fondo, como digo, quien paga manda. La consultoría artesana no escapa a este condicionante, si bien en muchos casos suele haber un plus de confianza que nos puede ayudar a encontrar mayor simetría en la relación. De todas formas, ¿qué pasa cuando entendemos que el cliente no tiene la razón?

Lo primero que se me ocurre es intentar enfriar el asunto. En una relación de consultoría hay que prepararse para algún que otro calentón. Es lo que debe suceder; no hay problema. Pero muchas veces arrastramos modelos mentales, sesgos y prejuicios que conviene poner en cuarentena cuando aparecen discrepancias. Es momento de sacar a escena la balanza y sopesar argumentos a favor y en contra de lo que haya generado la discrepancia. Y, por supuesto, mejor si ese ejercicio lo llevamos a cabo en común con el cliente. Puede ser momento para colocar datos sobre la mesa.

Recuerdo, por ejemplo, un proyecto hace ya bastantes años en el que hubo que decidir si una determinada persona era apta para asumir la dirección de producción. Asunto delicado. Mi punto de vista chocaba frontalmente con el quien era gerente de la empresa. ¿Cómo alguien de fuera (en este caso yo como consultor) se enfrenta, en una decisión tan delicada, a la opinión del cliente? No había opción: teníamos que objetivar la decisión sobre datos, tanto del perfil del puesto como de las características de la persona en cuestión. Cuando echamos mano de los datos resultó que apareció un segundo problema más complejo: el seguidismo del equipo directivo hacia lo que dijera el gerente.

¿Hubiera sido mejor aceptar la decisión y seguir como si tal cosa? Creo que hay deontología de por medio que nos obliga a explicitar nuestra discrepancia. Y puede ocurrir lo que quizá no esperábamos al comienzo del proyecto. Aparece una crisis evidente de confianza (siguiendo con el ejemplo del párrafo anterior) entre las personas que componen ese equipo directivo. Esa es, no tengo duda alguna, nuestra responsabilidad. No puedo no expresar mi punto de vista. Otra cosa es cómo lo haga. Si digo que «el cliente no tiene razón» tendré que armar una buena argumentación porque estamos encarando un momento crítico en la relación cliente-proveedor y en el propio proyecto de consultoría. Pero, insisto, no puedo no decirlo.

En este sentido, una buena pregunta que también conviene hacerse es quién es el cliente. ¿La organización?, ¿una persona en concreto que es la que nos ha contratado?, ¿un equipo de proyecto en el que están representadas diversas voces del cliente? No es tan fácil. Suponer una única voz es suponer mucho. En general, nuestros proyectos no avanzan a través de una simple línea recta. Hay mucho de negociación y los pasos hacia delante conviven con momentos de estancamiento o incluso de evidente retroceso. El conflicto es parte natural de un proyecto de consultoría y conviene tener claro qué haremos cuando surja, no tanto desde la óptica concreta que cada caso requiera, sino más cómo actitud general. Lo digo en el sentido de que debe quedar claro desde el comienzo que estamos ahí para exponer nuestro punto de vista y que será lógica la discrepancia. Nos está pagando (también) para escuchar lo que quizá no quisiera oír.

Si creo que el cliente no tiene razón en lo que está exponiendo la peor de las posturas es no hacer nada. Dejarlo pasar es alimentar un círculo que no interesa. Como adultos, establecemos una relación en la que habrá desencuentros. No son obligatorios, pero sí que antes de que se produzcan debemos haber avisado de que no nos callaremos. Esto ayudará a gestionar las discrepancias, pero también es cierto que si se repiten en exceso, la pregunta será: ¿debo seguir trabajando con este cliente con el que parece que no hay sintonía? Otra vez habrá que ir al caso concreto porque no podemos usar el mismo criterio en todas las ocasiones.

Hay veces en que esa casi permanente diferencia genera un efecto multiplicador en los análisis y se convierte en un combustible fantástico para avanzar. No será un camino fácil, pero sí que muy enriquecedor. Sin embargo, puede haber otros casos en los que, sinceramente, lo mejor sería terminar la relación y asumir un fracaso que, entiendo, será compartido.

En mi vida profesional ya he pasado alguna vez por finalizar un proyecto antes de lo acordado. Recuerdo esos casos con verdadero desasosiego interior. Lo pasé mal y supuso, creo, un buen aprendizaje. Hace ya tiempo que no tengo que cortar una relación en medio de un proyecto, pero asumo que puede volver a darse el caso. No debemos tener miedo a cortar esa relación si el vínculo entre las partes no fluye. Tengo un amigo que suele decir que hay clientes que es mejor no tener. No sé si cargar tanto las culpas de ese lado o simplemente reconocer que a veces (espero que muy poco a menudo) nos equivocamos de tal forma que lo mejor es cortar el proyecto por lo sano mientras sea posible. Si creo que el cliente no lleva razón; es decir, si creo que lo que propongo no encaja con lo que ese cliente quiere hacer, tengo que sacarlo a luz. No quiero seguir ahí donde mi aportación no es tal. No me hace falta una sintonía al cien por cien. Como digo, creo que cierto grado de discrepancia siempre es bienvenido. Es fundamental manejarse con asertividad y evitar acostumbrarse a meter debajo de la alfombra las diferencias.

En fin, supongo que es un asunto delicado y que habrá que ir con cuidado. Decía al principio que había que enfriar el análisis. Enfriar no quiere decir olvidar ni procrastinar. Debe ser condición en el proyecto: si no llevas razón te lo voy a decir, tenlo claro. Luego ya veremos qué consecuencias tiene. Pero sí, para eso me estás pagando. Entre otras cosas.

Imagen de Steve Buissinne en Pixabay.

Julen Iturbe-Ormaetxe

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