“Indudablemente, estamos tan embotados por el volumen de información inverificable recibido que admitimos los seudo hechos de forma más o menos equivalente a como admitimos los hechos. Y debido al mismo embotamiento solemos aceptar exageraciones de todo tipo: anuncios publicitarios, historias sobre celebridades, «filtraciones» políticas, declaraciones patrióticas y moralistas y así sucesivamente, leyéndolo todo sin que nos importe demasiado que el material sea increíble o que esté intentando manipularnos”. Ursula K. Le Guin
Contar es escuchar
Me reconozco curioso y trasteador. No sé desde cuándo y por qué y de verdad me interesa la pregunta. No tengo remedio. Tengo curiosidad por lo que dejo detrás de mí y por lo que se abre por delante. Hace unos años, me decían que en algunas culturas el pasado se colocaba frente a las personas como lo ya visto y el futuro detrás por desconocido. ¿Lo veis ? No tengo remedio.
Avanzo que este post no termina. No he podido concluir. No aprendo. Comparto algunas reflexiones y ojalá aprendamos en la conversación.
Para mi la tecnología era una especie de parque de atracciones, internet una fiesta de posibilidades, un lugar para el encuentro. ¡Cuánto he disfrutado estirando los usos de herramientas, discurriendo con amigos y amigas la manera más interesante de aumentar nuestros proyectos gracias a la red y las redes sociales!
Desde hace ocho años facilito una asignatura en la universidad de Deusto donde exploramos los límites y potenciales de las nuevas tecnologías e internet para la innovación social. Comparto con el alumnado algunos proyectos inspiradores, reflexionamos sobre la estructura de los procesos que promueven cambio sostenible y experimentamos con usos de diferentes herramientas en proyectos para el aprendizaje. Es una buena excusa esta de dinamizar una asignatura para tomar la temperatura al objeto/sujeto de estudio. Llevamos años llamando la atención sobre esto de en “las RRSS no somos el cliente, somos el producto”, pero cada año que pasa me cuesta más rescatar los potenciales o quitar importancia a la parte oscura de esta realidad.
Escribo estas líneas en el primer aniversario del confinamiento. Ha sido un verdadero gimnasio para la digitalización. Apenas quedan tecnófobos y tecnófobas en la sala. Conocemos la videoconferencia como antes la mesa, la pizarra y los papeles. Además, hemos construido una mirada crítica a los “bustos parlantes” y la conexión perpetua. Sé que hay mucho de lo que protegernos y quejarnos. Y también, y sé que no soy el único, hemos podido conectar con mucho de lo que queremos incorporar a nuestras rutinas futuras, algo a cuidar para cuando todo quiera ser como antes.
¿Qué ha pasado a esta internet? ¿Qué nos ha pasado a sus habitantes? ¿Cómo ha cambiado mi manera de leer, escribir e interactuar? ¿Soy yo también responsable de esta deriva? Muchas respuestas están en un libro que comencé a leer estos días gracias a la recomendación de mi amigo Pablo Aretxabala: “El enemigo conoce el sistema”, de Marta Peirano.
Como nos recuerda la propia autora: “Nuestros datos individuales no son tan importantes. Lo importante es el valor colectivo de estos datos. El objetivo de estas herramientas es alimentar algoritmos predictivos de IA. Estas empresas predicen el futuro. Su economía es el futuro”.
No he terminado el libro. El trabajo no me deja avanzar como me gustaría. Llego demasiado cansado. Pero empiezo a ver por qué lo guardaría en mi biblioteca en una sección imaginaria junto a los libros de terror. Leí hace décadas a Skinner en su “Walden 2” y me atrajo con la misma fuerza que me expulsó.
Estos días comentábamos también sobre nuestra fe en el big data cuando era un tema más pequeño y artesano. Cuando aún la captura, explotación y visualización de datos nos parecía una palanca atractiva para el cambio social, organizacional y personal. Esto fue mucho antes de haberme declarado “dataista” tras leer a Harari. El trabajo de Civio y los prototipos después de los desafíos abredatos eran una encarnación de la transparencia y el rendimiento de cuentas del futuro.
Envuelto en esta atmósfera positivista también leí “Nudge” y en una batalla interior creí en eso del “paternalismo libertario”. Todo esto os lo cuento porque flirteé con la idea de todo este saber al servicio del cambio personal y social. Me parecía que frente al dato sería más fácil tomar decisiones a favor del bien común.
Llevamos un año frente a una curva. Nunca sabremos cuál ha sido el impacto de mirarnos en este espejo. En la realidad no podemos asegurar condiciones de laboratorio ni aislar las partes. Ya estamos leyendo sobre esta experiencia, ojalá haya quien explore sobre la curva y el impacto en nuestro día cotidiano. Dicen que la curva nos ha servido para comprobar el impacto de nuestras acciones y cuidarnos de repetirlas. Quiero más.
Cuándo Harari cuestiona el libre albedrío, yo lo comparto y conecto con lecturas y experiencias en el acompañamiento a equipos y organizaciones desde la mirada sistémica. La estructura es la que condiciona nuestras rutinas que conforman nuestros modelos mentales y acciones. Desde esta perspectiva busco en cada proyecto comprender, ser más consciente y modificar suficientemente estos contextos. Al menos mientras dura nuestro trabajo.
Y pensé que los datos me ayudarían en este camino. Y soñaba con que nuestro trabajo fuera cada vez más invisible, más sutil, quizás menos necesario. Hace unos días, Genís Roca compartía esta página web donde el algoritmo nos decía cómo de probable era que nuestra profesión pudiera automatizarse.
Aquesta web calcula el risc que una professió concreta sigui assumida per robots. https://t.co/htYD039DaL pic.twitter.com/ekis3KYYHd
— genís roca (@genisroca) March 12, 2021
No sé muy bien cómo nombrarnos para conversar con este lugar, pero podemos probar a llamarnos de maneras diferentes. De momento parece que la probabilidad es baja pero sube si pensamos en los próximos 20 años. Y aquí es donde empiezo a conectar con otros futuros donde la Inteligencia artificial nos jubila.
Helena Matute, una de las personas que me ayuda a comprender algo sobre lo que está ocurriendo con los algoritmos, compartía esta semana un tuit sobre las ciudades centradas en las personas en contraposición con las smart cities.
Estaría bien ir copiando estas iniciativas. Somos personas, no datos. Esto tiene enormes consecuencias. https://t.co/pdMcePgFZX
— Helena Matute (@HelenaMatute) March 14, 2021
Y vuelvo a coger distancia del rescate del humano por parte de la tecnología.
Lorena Fernández nos recuerda la tendencia de los algoritmos a replicar los modelos mentales de quienes interactuamos con los mismos; racismo y machismo por simplificar. Julen Iturbe-Ormaetxe (que es quién de esta banda artesana más sabe de estos vericuetos) rescató en su blog una conversación donde aborda específicamente esta mirada.
Estas lecturas y reflexiones me conectan con fuerza con la experimentación y profundización en otro tipo de lenguajes y estrategias menos racionales e instructivas. Hackear los algoritmos desde lo más imprevisible y extraño, desde la humanidad más imperfecta. Leo este post y me despista. No sé muy bien a dónde quiero llegar, ya lo avisaba al comienzo, y entonces conecto para terminar con esta lectura del libro “Raíces profundas” de W. Hudson O’Hanlon (p. 113):
Milton Erickson se comunicaba con pacientes y alumnos de una manera ambigua; también solía ser ambiguo su comportamiento. Esto dejaba abierto a múltiples interpretaciones de lo que decía y hacía. (…) ¿Cuál era el propósito de esa ambigüedad? Un propósito era conseguir que los pacientes dieran forma a sus propios significados. (…) Puesto que Erickson no proporcionaba las claves, los pacientes se veían empujados a utilizar sus propios recursos para resolver el problema.
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Ufa! Casi nada los temas que planteas en el post… acabado el libro de Marta Peirano, me quedo con una sensación de angustia y con una intuición que no puedo justificar del todo aún: creo que hay que recuperar lo comunitario físico cercano, el barrio y la acción analógica, y meter ahí la tecnología a su servicio, y escapar de todo lo demás…
Como digo, no tengo evidencia ni razonamiento que lo sustente (aún) pero de alguna manera creo que hay que volverse un poquito amish y reflexionar sobre el impacto que la tecnología genera en nuestra comunidad, y si no la mejora, mejor vamos por otro camino.
Creo que vamos a tener muuuucha conversación con todo esto, a lo que además le añadiría el factor crisis climática para acabar de complejizar el panorama.
Ójala la conversación nos lleve también a la acción y nos encontremos en ella!
No hay duda de que todo eso nos conduce a dilemas éticos profundos. Además, con muchas aristas, desde las máquinas que queremos tener, la forma en que entendemos el binomio transparencia/privacidad o cómo nos entendemos en armonía con la naturaleza… ¡y con la tecnología! Apasionante, no hay duda. Creo que actualmente una gran parte del problema tiene que ver con los gigantes GAFAM que dominan en mundo occidental o los BATX asiáticos. Eso da mucho miedo, la verdad.
En fin, el caso era dejar un planeta mejor a quienes vienen detrás, ¿no?
Ya puedes imaginarte lo mucho que coincido con la frase de Ursula K. Le Guin que introduce tu post. Sabes que esa es mi última obsesión. En cuanto a esa desconfianza hacia los datos, que pareces transmitir (con razón), pienso que hay que contar con ellos, y usarlos. Sin “evidencias”, sin “key findings” verificados por las partes que diagnostican algo, es difícil ser consistentes en la toma de decisiones. Puedes acertar o no en la decisión final, pero tienes el deber de ser serio en la metodología que usas para pensar (y si quieres, para sentir), sobre todo si se trata de temas colectivos, que afectan a mucha gente, porque lo que uno quiera hacer con su vida, es cosa suya. La experimentación está bien, usar otros lenguajes más cualitativos e intangibles también, pero lo racional sigue siendo un pilar esencial para tomar buenas decisiones. Yo creo en los datos, en su importancia, siempre que estén bien capturados y permitan medir lo que prometen. Eso se puede mejorar con una buena ciencia, practicando el pensamiento crítico y con la participación proactiva de los concernidos.
«Hackear los algoritmos desde lo más imprevisible y extraño, desde la humanidad más imperfecta.»
Esto es a lo que me conecta este post, Asier.
Tremendo. Muy bueno.