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Cuando en 2003 comencé con mi proyecto de consultoría artesana, siempre pensé que tendría pocos clientes. Sencillamente, me veía constreñido por mi capacidad personal. Aunque desde el principio añadí «en red» a mi idea de la consultoría artesana, era más que evidente que mi tiempo disponible limitaba lo que podía o no hacer. Además, desde aquel 2003, acordé una colaboración que hoy en día aún mantengo con Mondragon Unibertsitatea y que comprometía un buen número de horas anual. Es decir, mi tiempo disponible para proyectos quedaba condicionado por este acuerdo.

Así pues, ahí mismo, en el comienzo de mi actividad de consultoría artesana forjé un lazo que, sin saber muy bien hasta dónde podía llegar, me apetecía: me gustaría tener «clientes» con los que compartir no ya proyectos concretos, sino un camino más o menos común de medio-largo plazo. Hoy, por ejemplo, es el día en que otro cliente, Euskalit, me ha acompañado también durante casi todos estos años.

En mi caso, Mondragon Unibertsitatea y Euskalit conforman dos ejes importantes de mi actividad de consultoría. Por supuesto, es una relación que se va renovando año a año, vinculada a necesidades concretas. Y sí, hay que ser consciente de que este tipo de relaciones no son para siempre. Hay que estar preparado para un cese temporal de la convivencia. Porque existen factores que escapan a nuestro control, evidentemente. Aceptamos, por tanto, una relación que no es para toda la vida. Sin embargo, creo que la consultoría artesana necesita (algunos) clientes con los que entender que no se trata solo del aquí y ahora de un proyecto concreto. No, hay algo más. Nos entendemos y forjamos un vínculo.

Pero la consultoría son, en esencia, proyectos. Así que también pienso que nuestra salud depende de la capacidad para llevar a cabo actividades que nacen, crecen, se desarrollan y mueren. Bueno, no quiero que mueran así, sin más. Me refiero simplemente al hecho de que un proyecto es una actividad que en el tiempo llega a su fin, aunque la forma en que cala en el cliente puede hacer que perviva más allá de ese teórico entregable con el que finalizamos la relación contractual.

Por tanto, esta doble perspectiva, de clientes sentidos como muy cercanos y de otros proyectos que nos ponen en contacto con situaciones concretas que no desarrollan un vínculo a más largo plazo, me parece la lógica en nuestra actividad profesional. Más de una vez, quienes me conocéis, me habréis escuchado eso de que tenemos los clientes que nos merecemos. Pues bien, aquellos a los que sentimos cerca tienen que proyectar buena parte de lo que somos. No nos podemos permitir la incoherencia de que nuestras relaciones a largo plazo lo sean con quienes no nos sentimos a gusto. Nuestra marca, nuestra identidad viaja en gran parte con estos clientes cercanos.

Estos vínculos no suponen un pleno acuerdo con las estrategias que esas organizaciones despliegan. Nuestra relación debe incorporar un punto de vista crítico. Es decir, no estamos dentro, o, al menos, no tan dentro como quienes conforman su plantilla. Nuestra relación debe aportar una mirada de permanente cuestionamiento. Creo sinceramente que esta voz crítica es una aportación fundamental. Mi visión debe incorporar ese punto de duda razonable sobre lo que escucho. Se trata de buscar mejoras y nada como ver alternativas al discurso oficial.

Si pienso, por otro lado, en la parte de proyectos concretos, también creo que ahí conviene jugar, hasta donde sea posible, con cierta diversidad. Por ejemplo, siempre me parece sano trabajar en proyectos cortos, de impacto inmediato. Es la idea del proyecto piloto. Muchas veces el impacto de mejora en gestión tiene que ver no con la globalidad, sino con una intervención más directa y específica que luego quizá pueda (o no) escalarse. Me gusta sentir que soy capaz de impulsar proyectos cuyo impacto no tiene que esperar plazos extensos de tiempo. A la vez, claro está, veo también útil embarcarse en otros proyectos de más relevancia. En mi caso, por ejemplo, lo veo así con las reflexiones estratégicas en las que colaboro.

En el fondo, si veis la lógica, estoy hablando de diversidad. Distintos niveles de actuación, distintos tipos de vínculos, distintas prácticas, distintos clientes. Puede haber quien diga que se sienta más a gusto con la especialización: cuando me contratas ya sabes lo que estás contratando. Bueno, no digo que no sea otra alternativa. Este post habla, sobre todo, de lo que hago y cómo lo hago y, por supuesto, no hay por qué comulgar con este enfoque. A fin de cuentas, eso también es diversidad, ¿no? 😉

Julen Iturbe-Ormaetxe

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