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En consultoría, como sabemos, los proyectos a menudo incluyen acciones formativas. También pasa al revés, que un curso dé lugar a una colaboración como consultore/as para asesorar en algún tema técnico de los que hemos capacitado. Ambas actividades se refuerzan mutuamente y en eso la consultoría artesana no difiere mucho de las demás.

Desde hace varios años mantengo una intensa colaboración con el IAAP, el Instituto Andaluz de Administración Pública, en el co-diseño y despliegue de su estrategia de innovación pública en la Junta de Andalucía, incluida la formación de su personal en temas de innovación. La relación que tengo con este Instituto, y su responsable de innovación Paz Sánchez, ha sido muy rica y estimulante por varias razones pero la principal es que, gracias a su continuidad en el tiempo, las ganas de explorar nuevas posibilidades y la confianza construida en común, hemos podido experimentar soluciones originales en varios ámbitos de la innovación pública. No me canso de reconocer lo mucho que he aprendido, y sigo aprendiendo, sobre este tema gracias a las oportunidades que me da el IAAP para poner a prueba soluciones que en otros sitios quizás no se atreverían.

Cuento esto porque el enfoque que comparto hoy como consultor artesano lo descubrí precisamente trabajando con el IAAP. Todo empezó por el imperativo institucional de tener que concentrar la mayoría de las colaboraciones a través de acciones formativas, porque el desarrollo de competencias a través de la formación es el objetivo principal del Instituto. Así que si aparecía alguna idea de diseñar cosas y/o ensayar soluciones creativas -una tarea que podría asociarse más a la actividad consultoril-  sólo podía llevarse a la práctica aprovechando, en su mayor parte, las horas de formación asignadas. Ese nexo se reforzó especialmente por la vocación que ha tenido siempre el IAAP de concebir sus acciones formativas con una lógica muy aplicada de “aprender haciendo”, siendo de las entidades pioneras en impulsar esa metodología.

Debo decir que al principio no me sentía tan cómodo con ese enfoque. Me parecía que la formación bien dada, como exige el Instituto, tiene un formato tan distinto a la consultoría que me costaba poner en valor también la segunda. Pero a medida que fui combinando las dos descubrí, para mi sorpresa, muchas ventajas. De ahí que convertí en método la idea central de este post de: si tienes un proyecto innovador, monta un curso”. Paso a explicarlo con un ejemplo real.

Imagina que tienes en mente un proyecto que consiste en hacer un mapeo o inventario de las innovaciones que se han realizado en una organización grande. Supón que con ello buscas demostrar y visibilizar que sí se ha innovado en ella. Pues bien, una forma clásica de abordar esa tarea es crear un equipo de personas, de profesionales del área que te contrata, para abordar el proyecto desde la lógica de experto/as. Según este formato, el grupo pequeño de técnicos despliega el inventario a partir de unas pautas que establece el consultor o consultora.

Pero existe otra forma de enfocarlo, que es:

  • abriendo el proyecto a la participación aprovechando las ventajas de la inteligencia colectiva
  • convirtiendo la metodología que necesita el proyecto en una oportunidad de formación para transmitir competencias a un número amplio de personas de la organización.

Veamos entonces, utilizando el ejemplo del mapeo, cómo se pueden implementar ambos objetivos al mismo tiempo que se mejoran significativamente los resultados del proyecto de innovación que a uno/a le apetece desarrollar como consultor. Describo a continuación los detalles:

  1. Convertimos el “inventario por experto/as” en un ejercicio de “mapeo colectivo”, o sea, abrimos la tarea a la participación de muchas personas de la organización. Este cambio tiene un impacto brutal en los resultados porque ampliar la búsqueda con la ayuda de más personas bien formadas permite reducir significativamente las “zonas ciegas” si se compara con el trabajo de mapeo que podrían hacer unos pocos profesionales de una unidad técnica. La “cobertura” o “alcance” se multiplica dado que cada participante puede capturar información de su entorno local y después se suman las observaciones de todo/as.
  2. Convocamos un curso de “mapeo colectivo” para todas las personas que estén interesadas en aprender esa metodología y, de paso, contribuir al desarrollo del proyecto. Aprender a hacer “mapeos colectivos” es una competencia que tiene mucho valor en sí misma -con independencia de que se quisiera, o no, realizar el proyecto- así que se justifica plenamente ofrecer esa formación como parte del itinerario formativo sobre innovación que ofrece el Instituto.
  3. Nos organizamos con los asistentes al curso para que co-diseñen junto/as el modo en que van a realizar el “mapeo colectivo”, definiendo la filosofía del ejercicio, los objetivos, los dispositivos de recogida de datos y la forma de procesarlos y presentarlos. Como consultor/formador doy un marco metodológico y unas pistas pedagógicas, además de compartir mi experiencia en proyectos de ese tipo (en eso consiste la formación que se espera de un curso), pero son los/as participantes quienes aplican eso al co-diseño de la tarea a realizar como proyecto aplicado del curso, y es en esta segunda parte cuando la consultoría aprovecha el contexto formativo para volverse más abierta y participativa. Mi rol pasa de dar lecciones técnicas a facilitar el proceso colectivo de co-diseño de la metodología al mismo tiempo que comparto y transfiero competencias.
  4. Plantearlo así mejora el resultado del mapeo al contar con una amplia diversidad de puntos de vista (para la mejora de la metodología) y una cobertura de captación de datos mucho mayor (para su despliegue) pero, lo que parece aún más importante, conseguimos que las personas participantes en el curso/proyecto aprendan detalles prácticos no solo de “mapeo colectivo” sino también de “innovación pública”. Deja de ser un curso meramente teórico para convertirse en algo muy práctico, dado que tienen que aplicar los conocimientos adquiridos a un proyecto real, muy real, que tendrá después un impacto y una visibilidad en la organización.

Como se ve, el enfoque híbrido permite mejorar la formación (con una aplicación práctica que ayuda a generar competencias transferibles al puesto de trabajo) y también la calidad de los proyectos de innovación con impacto (al aprovechar la inteligencia colectiva del alumnado para mejorar la metodología y su ejecución).

Me gustaría insistir en un detalle importante -que repite a menudo, y con razón, Jesús Martínez– y es la importancia de aplicar la formación aprendiendo haciendo, porque hay una diferencia enorme entre usar un “caso” ficticio, meramente pedagógico, para desarrollar las competencias de un curso, a hacerlo con un proyecto real, que va a tener un impacto visible en el trabajo de los participantes. ¡¡Esto cambia muchas cosas!!

Este enfoque, desde que descubrí sus ventajas, lo he seguido aplicando (y enriqueciendo) en cada vez más proyectos/cursos. De hecho, son tantas sus ventajas que hoy es difícil concebir alguna actividad con el IAAP que no sea aplicando esa lógica mixta. Lo que parecía al principio un imperativo normativo se terminó convirtiendo para mí en una estrategia de intervención con la que me siento terriblemente cómodo y feliz, porque me permite aplicar lógicas de inteligencia colectiva para impulsar proyectos de innovación -con capas de consultoría – más participativos en instituciones que están más focalizadas en la formación.

Además del mapeo colectivo de las innovaciones públicas en la Junta de Andalucía, que citaba como ejemplo, he usado el mismo método para otros cursos/proyectos como el diseño de una metodología de autodiagnóstico de innovación para unidades administrativas, la elaboración colectiva de la InnoGuía -que es la hoja de ruta para innovar que se usa en la Junta- o el diseño de una convocatoria de premios a innovadore/as públicos. Todos estos proyectos de innovación -que también contenían tareas que podrían considerarse de consultoría- han estado contextualizados en el marco de cursos de formación que convenía dar porque transmitían competencias de interés para el personal público.

Ahora me gustaría compartir algunas sugerencias o condiciones que tienen que darse para que ese enfoque funcione bien:

  1. Los cursos hay que diseñarlos siguiendo la lógica de “aprender haciendo”. Primero se dan unas pistas metodológicas básicas y unas lecturas para aportar pozo (y cierta seguridad) a lo/as participantes, pero la mayor parte del curso se dedica al trabajo colectivo en talleres para realizar el proyecto, que es la mejor forma de desarrollar competencias.
  2. Es fundamental dedicar algo de tiempo del curso al desarrollo de habilidades para colaborar (co-skills), porque el proyecto de innovación se abre a más gente, y pueden llegar a ser hasta 20-25 personas, así que hace falta habilitar herramientas colaborativas digitales (así como dispositivos de recogida y compartición de datos estandarizados) para que el equipo ampliado trabaje en armonía y la información fluya organizada. Hay que tener en cuenta que el resultado del curso no es ficticio, no es un mero ejercicio pedagógico, sino un “entregable” de un proyecto que pretende tener un impacto añadido al formativo.
  3. La convocatoria debe ser abierta, pero viene bien invitar también a personas concretas que puedan aportar valor, y habilidades de liderazgo, al funcionamiento de los equipos que se creen para ejecutar las tareas. Por ejemplo, a nuestros cursos de Mapeo Colectivo y de Premios se incorporaron algunas personas de la Comunidad InnovAnda, que nos fueron de gran ayuda para coordinar junto/as algunas partes críticas del proyecto, al mismo tiempo que contribuíamos a su formación.
  4. Es clave ser honesto/as en la convocatoria del curso advirtiendo, en el texto de esta, que se va a participar en un proyecto aplicado que implicará tiempo de dedicación. Deben estar informado/as antes de apuntarse al curso, para que sepan que no se espera de ello/as una actitud pasiva y evitar que se quejen después de que “han trabajado para otros”.
  5. Conviene definir un propósito compartido desde las primeras sesiones del curso. Los participantes deben estar alineados en cuanto al resultado que buscan con el proyecto aplicado dado que este les va a ocupar tiempo y van a tener que trabajar de forma coordinada. Este objetivo se hace más fácil cuando el resultado del proyecto tiene algún impacto en los participantes, así que esto es lo más deseable al convocarlos. Si son afectados de alguna manera por el proyecto ponen muchísimo más interés tanto en las tareas a ejecutar como en el aprendizaje.
  6. Todas las personas participantes (o sea, el alumnado activo del curso) tienen que ser reconocidas en los créditos del resultado obtenido, es decir, del “entregable” que sale del proyecto de innovación. Mucho cuidado con apropiarse de sus aportaciones, del trabajo colectivo que han hecho, sin reconocerlos. Puedes ver un ejemplo de cómo hemos tratado esta cuestión en el IAAP si visitas la sección de “Autores” de la InnoGuía, y haces scroll en la página, porque verás más abajo una descripción del proceso seguido y los nombres de los casi 200 participantes en distintos talleres de formación que contribuyeron a ese resultado.
  7. Los participantes en el curso/proyecto tienen que vivir una experiencia de aprendizaje valiosa en sí misma, además de trabajar en el proyecto. No pueden sentir que han sido utilizados para hacer un trabajo que correspondía a otro/as. El valor del aprendizaje adquirido y el disfrute del proceso mismo son vitales para que el balance se perciba en positivo. Por otra parte, conseguir un buen resultado al final también influye en la percepción global de la experiencia. ¡¡Ni el resultado solo, ni el proceso solo!! Si falla uno de los dos, tal vez lo hemos hecho mal. Insisto siempre en el efecto reforzado que produce un buen resultado en los procesos y viceversa. Me niego a conformarme con conseguir un entregable deficiente con el pretexto de que el proceso ha ido bien, y lo mismo al revés. No hay que renunciar a ninguno de los dos porque el efecto combinado es brutal.
  8. Dar feedback a lo/as participantes es una señal de respeto y agradecimiento: Todas las aportaciones que añadimos después, como consultore/as y facilitadore/as, para mejorar el entregable del proyecto, se tienen que devolver al alumnado. Es muy importante que, una vez que termina el curso y viene la capa final de consultoría, tengamos la generosidad de devolver el esfuerzo realizado informando a todos los participantes sobre el resultado final, incluso abriendo una conversación para discutir por qué se han quitado, añadido o cambiado algunos puntos que se propusieron en los talleres. Hacer retroalimentación es una señal de respeto que va a favorecer que quieran seguir participando en formatos híbridos como estos que seguramente les implica trabajar más.

Pues nada, espero que te animes en adelante a probar este enfoque mixto. Ya sabes, si tienes un proyecto, monta un curso 🙂

Imagen de Gerhard Gellinger en Pixabay.

Amalio Rey

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