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Cada día estoy más seguro de que hemos perdido el valor del debate. Daos una vuelta por Twitter, por ejemplo. Vale, no es un entorno con una estructura muy propicia para el debate, sobre todo si buscas cierta profundidad (y si tratas de evitar los extremos), pero es que además se está viendo últimamente demasiada bronca, demasiado posicionamiento dogmático que es totalmente contrario a lo que debería ser un debate modélico. Y me incluyo.

Llevo un tiempo trabajando en un proyecto sobre pensamiento crítico y entre los elementos que me parecen interesantes sobre los que profundizar está el debate como herramienta de conocimiento. Debatir es confrontar, pero dentro de este confrontamiento necesitamos otras características o elementos para que el debate se convierta en una herramienta realmente potente para el conocimiento.

Desde mi punto de vista el debate tiene una estructura dialéctica, o eso sería lo ideal. A una tesis propuesta se le enfrenta una antítesis que da como resultado una reflexión común en forma de síntesis. Esta síntesis estará más o menos cerca de alguna de las tesis anteriores, pero desde un debate honesto, eso no es lo importante, lo realmente relevante es que ambas partes han salido más sabias, con más información y conocimiento. Como digo, eso sería lo ideal; sin embargo, creo que no solemos funcionar así. Tanto la tesis como la antítesis se gestionan como castillos inexpugnables que hay que defender, lo que hace que nos mantengamos inamovibles en nuestras ideas e incapaces de aceptar visiones distintas, ya no digamos contrarias. Eso nos hace utilizar estrategias para vencer, no para aprender, conocer o convencer.

Mi experiencia me dice que todos caemos en este modelo mental de resistencia, y digo de resistencia porque en verdad creo que supone una resistencia al conocimiento. Nuestra capacidad de conocer, de avanzar en el saber, descansa en nuestro acceso a nueva información o a una forma distinta de interpretar la ya conocida. Acceder a fuentes externas me parece vital para ser excelente en la gestión del conocimiento.

Otto Scharmer habla del debate como una de las fases del conocimiento conversacional. Así, Scharmer habla de una primera fase de escucha o de discurso, en la que no existe tú y yo, sino solo el yo, un yo que habla o escucha, pero no para alcanzar la sabiduría, sino para conocer los modelos y patrones existentes. No es una acción suficiente en cuanto que no interiorizamos, sino que solo asimilamos conocimiento, sin interpretarlo. Yo la veo como una asunción del entorno en el que estamos, como poner los pies en la tierra y comprender el ecosistema intelectual y de conocimiento en el que me encuentro.

Una segunda fase sería propiamente la del debate. Aquí existe la confrontación de conocimientos u opiniones. Para Scharmer esta fase también se queda corta, puesto que no se trata de comprender, sino de imponer. El intercambio de ideas sigue siendo unidireccional, porque ambos tratan de convencer al otro en un diálogo de sordos. Desde mi punto de vista es una fase fundamental del conocimiento, porque sienta las bases desde las que se crea este conocimiento dialógico y al mismo tiempo marca sus límites: lo que el otro puede conocer es lo que uno sabe y puede comunicar (nótese que hay dos gaps importantes aquí, no solo nos limita lo que sabemos o no sabemos, sino que también lo que seamos capaces de comunicar: por mucho que posea un conocimiento, si no lo sé comunicar, no lo puedo compartir).

Para la tercera fase Scharmer habla del diálogo. Esta es una fase en la que soy capaz de asumir los argumentos del otro para enriquecer e incluso cambiar mi punto de vista. Aquí no hay confrontación, sino reflexión conjunta. Llegamos al conocimiento caminando juntos, a través de una indagación y una conversación constante. En esta fase la empatía es fundamental, lo que facilita llegar a un conocimiento más rico al unir esfuerzos y, así, llegar más lejos en la reflexión (a donde no llegas tú puedo llegar yo). Soy capaz de edificar mi conocimiento gracias a los ladrillos que me ofrece el otro. No hay castillos, sino casas conjuntas.

Scharmer habla de una cuarta fase, la de presenciación. En la presenciación el conocimiento se convierte en acción y somos capaces de cocrear con el otro. Ya no solo aprehendemos conocimiento, sino que creamos conocimiento a través de la colaboración formando parte de una realidad que podemos cambiar. Ahora no somos individuos que se enfrentan, sino un todo que crea. El debate/diálogo se ha transformado en algo con un impacto real no ya solo en nosotros, sino en el entorno, en los otros.

Posiblemente sea el enfoque de Scharmer uno de los más completos e interesantes para describir todo el proceso del debate/diálogo. Llegar al conocimiento desde la confrontación inicial requiere recorrer una serie de hitos y asumir una serie de limitaciones propias que Scharmer comprende bien. Es por eso por lo que nos cuesta hacer todo el camino, nos quedamos en las fases iniciales, incluso no pasamos de la primera.

Para el tema que nos ocupa me parece que son las tres primeras fases las realmente relevantes. Una primera de comprensión del entorno, del conocimiento existente y del útil; una segunda de confrontación, también desde mi punto de vista necesaria porque permite mostrar las ideas y teorías propias, desde una legítima y honesta voluntad de convencer intelectualmente a la otra parte; y una tercera de revisión y re-argumentación propia para fortalecer creencias y conocimientos o cambiarlos (y hacer que el otro los cambie).

La cuarta parte, desde mi punto de vista, es fundamental, pero ya en una fase de acción más enfocada a materializar el conocimiento.

Al final, en muchos casos, el debate (a partir de ahora voy a definir como “debate” el conjunto de las tres primeras fases de Scharmer) se ha convertido más en una partida de ajedrez que en otra cosa. Dice Daniel Innerarity que, si no eres capaz de defender tus argumentos de manera racional, sólo te queda la fuerza para imponerte. Y la fuerza no se manifiesta solo de manera física, sino que también puede ser intelectual.

Uno de los filósofos que posiblemente más me ha enseñado sobre la necesidad de respetar las ideas e ideologías ajenas es Karl Popper. Popper tiene un libro fantástico titulado La Sociedad Abierta y sus Enemigos. Lo que me parece importante de este libro en el contexto que estamos tratando no es tanto las teorías que trata de defender, en las que se puede estar de acuerdo o no, como el rigor y respeto con los que Popper trata de rebatir las ideas de otros grandes filósofos. El caso más interesante es cómo trata las ideas de su homónimo Karl Marx. Las discute, las puntualiza, las trata de desmontar, pero siempre se observa un absoluto respeto hacia dichas ideas y su creador. Se discuten las ideas, no la fuente. Esta es una de las claves del uso del debate como fuente de conocimiento.

Posiblemente uno de los mayores fallos que cometemos en un debate sea el de la argumentación ad hominem. La fuente no es importante (o no es lo más importante) en un debate, debemos centrarnos en las ideas. Sobre todo, si la descalificación ad hominem se basa en elementos del contrario que nada tienen que ver con el debate que nos ocupa. Sin embargo, es una de las herramientas más usadas por los polemistas y aquellos que buscan, más que el conocimiento, la mera victoria en la confrontación.

Junto a esta huida de la personalización en la crítica, parece necesario asumir que tus ideas y teorías pueden estar equivocadas, o al menos no ser las mejores. Esto no significa que no podamos y debamos defenderlas intensamente, pero sí que debemos dejar una puerta abierta a un posible cambio total o parcial de nuestras creencias. Debería ser obvio, pero no parece serlo para muchos. Debatir desde la honestidad supone debatir desnudo, que no indefenso. Nos defendemos con nuestras ideas, pero estamos desnudos porque cualquier idea ajena nos puede vestir si es la adecuada.

Evitar los sesgos cognitivos es algo tan importante como imposible. Todos tenemos sesgos, todos tenemos una educación y unas ideas que nos definen, que nos predefinen (yo soy yo y mis circunstancias, como decía Ortega). Y puesto que no es posible evitarlos, al menos tratemos de minimizarlos y, siempre, ser conscientes de ellos.

Desde luego, hay muchos trucos intelectualmente deshonestos que se utilizan para ganar un debate entendido como contienda. Posiblemente una de las debilidades de nuestra política actual es que de esta manera entienden los políticos sus confrontaciones dialécticas, como una lucha para vencer, no para convencer.

Hemos leído mal a los sofistas y nos hemos quedado solo con lo superficial. Estamos perdiendo el debate (al menos en un nivel no académico) como fuente de conocimiento y mejora personal, y nos entregamos a la pelea como si nos fuera la vida en ello. Y créanme que sé de lo que hablo porque yo también he caído en las garras de este monstruo. Sé que tengo razón y reto a cualquiera a debatir para demostrárselo. Pero no se preocupen, porque si pierdo existe una solución: como decía el gran Groucho, “estos son mis principios, pero si no les gustan, tengo otros”.

Imagen de Susanne Jutzeler, suju-foto en Pixabay.

Juan Sobejano
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