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Se me ha juntado todo. He tenido una hija en esta primavera que, en mi recuento particular, ha llegado a la número cuarenta. Primaveras, no hijas, que Sofía es la primera. Tanto ella como mis primeros cuarenta han llegado en cuarentena, por la pandemia y tal. Me dijeron hace tiempo que cualquiera de estas circunstancias me cambiaría la vida. La primera, la hija, de forma más aguda. La segunda, la llamada crisis de la mediana edad, más progresiva. La tercera… Bueno, de la tercera no me dijeron nada, pero estoy por preguntar por Twitter, porque ha aparecido un montón de gente experta en pandemias. Por fortuna, no tengo enfermos entre mi gente cercana y mi pequeña me permite ver con filtros de alegría una realidad un tanto cruda.

Mientras tanto, inmerso en este cóctel de cambios vitales, y estando al frente de una pequeña empresa de consultoría pretendidamente artesana, que se dedica a facilitar la innovación organizativa con empresas, y la innovación social con las administraciones, quedarse con los brazos cruzados no parecía ser una opción. Puedo contar con satisfacción y agradecimiento que he tenido que invertir muchísimo tiempo profesional durante estos extraños momentos, porque los clientes importantes de lo primero que hicieron fue levantar el teléfono y ver de qué modo podía echarles un cable. Conclusión: los cuarenta con una doble cuarentena, en los que me han salido dioptrías (ya soy gafotas) y en la que he acunado al bebé menos de lo que había añorado.

¿Y de aprender? Lo que más. Eso sí, todas las teorías del cambio se han quedado en las estanterías, junto a los manuales de resiliencia, comunicación en tiempos de crisis, dirección por objetivos, procesos de selección IT… había un cambio real con el que lidiar y todo lo que no estuviera ya procesado no daba tiempo a revisarlo. De las experiencias salen los mejores aprendizajes. Y salen también de observar, de pensar críticamente lo que hacen unos y otros, de lo que vamos haciendo entre todas.

Y oye, que este cambio e incertidumbre radical no ha afectado a todos por igual. Si me detengo en quienes la parte económica no les ha afectado (todavía), hay algunas cositas curiosas sobre las que merece la pena detenernos. Se han puesto de relieve algunas verdades incómodas, se han destapado tejidos que han dejado al descubierto algunas realidades algo desagradables, y algunos se han provisto de perversiones aprovechando la coyuntura. Que no en todos, como en todo. Pero sí en algunos. Veamos.

Show me the money y déjate de post-its

La innovación de postureo sufre ante la epidemia. Son muchas las empresas que reculan en momentos de tensión, ya lo vimos en la crisis de hace una década. El Lollamamos personas y no recursos, la colección de citas que dicen nada con tipología de letra wonderfuliana y las proclamas de en esta empresa es que nos queremos parecer a Google… ya si eso. ¡Producid, malditos! El miedo puede con todo. El relato impuesto ha sido una coartada perfecta: esto es una guerra en el que la disciplina tiene que imperar.

“Desde Arriba nos han dicho que nos centremos en los procesos productivos.
Fdo. Los de Arriba”.

Cientos de post-its se acumulan sin saber por qué no son manoseados y las cuentas de Instagram ya no tienen nada cuqui que contarnos. El personal de gestión de personas ha cambiado cualitativamente sus funciones, y algunos han aprendido a ayudar en áreas operativas, mientras otros tramitaban ertes. Quien sí se creía la innovación, la ha seguido practicando. Con fe, además. Quien esto no es más que un presupuesto que destinar a modas pasajeras para tener a la gente contenta, se les ha visto el plumero.

Del paradigma del teletrabajo… al “trabajar tela”

En las empresas que han tirado para delante, lo que antes eran privilegios para unos pocos ahora es una imposición generalizada. No queda otra. Sin horarios, se impone la comunicación 12 horas al día, como poco, y el estar permanentemente conectados, porque los demás tienen otros horarios a los tuyos y la perfecta coordinación es una quimera. Pero tranquilos: que dicen los expertos que la productividad no tiene por qué verse dañada, sino más bien potenciada (jaja). Y es que así lo indican los estudios al respecto, que apuntan a un incremento de la productividad importante, de al menos el 13% según el propio Banco de España (jajaja).

Aumenta la productividad, pero a costa de un silencio incómodo del personal, que sabe bien que no es momento para quejas. «No hay fines de semana en la guerra, todos los días son lunes», decía el Jefe del Estado Mayor, con uniforme y gesto solemne. Y allí que estuvimos muchos, cual soldado, ratón en mano, trabajando los festivos de Semana Santa, muchos domingos y alguna que otra fiesta de guardar. Los de arriba, mientras, se frotaban las manos (“nadie se queja mientras todos trabajan como nunca”). Los clientes, por su parte, también (“estos proveedores hacen más por menos y creo que hay margen para seguir pidiéndoles más por el mismo precio”).

Los nervios a flor de piel, discusiones con la pareja, brotes de irascibilidad, los niños desbocados… y el trabajo sin hacer. Y la comida ni te cuento. ¿Algún jefe preocupado? Venga, bah, alguna dosis de empatía, y a currar. Al menos tenemos trabajo, mira otros que han tenido que bajar la persiana.

La comunicación no es lo que era

Las comparaciones son odiosas. Si antes la mala gestión de las conversaciones formales (osease, las reuniones) era un trauma para muchos de los asistentes, ahora las barreras para una comunicación efectiva, pantallas mediante, un suplicio. Apaga el micrófono, se escucha tu hijo. Tienes el mute, no se te escucha… Parece que se te va el wifi. Dios, qué fácil es todo cara a cara, aunque sea mascarillas mediante.

Por no decir la de información operativa que se pierde o se tergiversa. Alguna vez nos habrá ocurrido: salíamos de una reunión y, cuando todo había quedado claro allí dentro (mentira), se formaba un corrillo para puntualizar, comentar, preguntar dudas en privado, criticar al que no paraba de hacer preguntas, referir de aquel otro que estaba en su mundo y no ha intervenido nada cuando tenía que hacerlo… La comunicación de pasillo, esa que resuelve dudas, que humaniza el trabajo y entresaca sonrisas, ya no existe. Esas conversaciones de segundo nivel no tienen rango para hacerse a través de videollamada, así que quedan sujetas a los designios del mensaje escrito. Al mail en los viejunos, al whatsapp en los inadaptados digitalmente o al slack para los más modernos. Y la palabra escrita es en muchas ocasiones maliciosa y perversa. Y lo sabes.

Y hablando de herramientas de trabajo en equipo. Resulta curioso cómo ya estaban instaladas en muchas empresas, pero no se usaban (adecuadamente). Ahora de forma acelerada se han tenido que poner las pilas muchos para comprender que, fíjate tú, el funcionamiento en remoto es dependiente de la herramienta que utilices y el modelo de coordinación que establezcas. Estas herramientas antes eran un accesorio, ahora una necesidad. Antes no se instaló como herramienta, sino como complemento. Ahora hay que hacer tutoriales para la inmensa mayoría que no sabe usarlos. Y con la nueva normalidad volveremos a la vieja normalidad. La herramienta arrinconada, para cuando venga otra pandemia.

La soberbia del necio al poder

La soberbia es una especie de patología congénita al poder, una debilidad de quien la padece que suele generar antipatías profundas que tardan en olvidarse. Pero hay que añadir un par de matices: uno, que solo corrompe a quienes quieren ser corrompidos; y otro, que dicha corrupción crea un halo de soberbia que tiende a hacer creer que la impunidad está garantizada. En estos tiempos revueltos, algunos se han visto depositarios de un poder mayor que el que tenían antes. Algunos han debido tomar decisiones que parecían muy importantes, han podido ser protagonistas de iniciativas que ellos creen que pasarían a la Historia. Y hablo de jefecillos de tres al cuarto, no de otros.

Para muchos comienza a ser más válido un vídeo de youtube que un paper científico. Sí, estamos en esta era. Y en esta corriente, hay quienes han tenido que tomar la responsabilidad de tomar decisiones. Los necios con poder se han visto envueltos en capas de superhéroes, con capacidad para afrontar solos (y con sus equipos, porque siempre hay quien hace el trabajo sucio) las importantes iniciativas que hay que llevar a cabo en estos tiempos difíciles, sin más conversación con el resto, sin más asesoramiento, sin más investigación o reflexión acerca de las consecuencias. Yo tomo esta decisión, porque puedo. A todas luces incorrecta, a todas luces criticable. A todas luces discutible. Pero se toma. Huyamos adelante.

Imagen de fernando zhiminaicela en Pixabay.

Nacho Muñoz

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