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Querida consultoría artesana:

Allí estaba yo: pensando cómo perfeccionar la ejecución de un proyecto, sin considerar que pudiera haber otros proyectos, otras realidades más allá de ese cliente.

Allí estaba yo: dedicando un cariño quizá excesivo a cada frase de un mensaje, a una comunicación con una persona usuaria de mis actividades, o a una conversación pasada de horas con una persona empresaria en apuros.

Allí estaba yo: sin saber si eran las 7 de la mañana, las 3 de la tarde o la 1 de la madrugada. La inercia del proyecto merecía la pena. Punto. El resto de tu vida podía esperar.

Allí estaba yo: haciendo sacrificios inconscientes. La consultoría artesana es así, porque tal y como reza en nuestra declaración, “no establecemos rígidas separaciones entre nuestra labor de consultoría y otras facetas de nuestra vida. Integramos nuestro trabajo como una actividad más de nuestro quehacer cotidiano”.

Allí estaba yo: haciendo cosas que me gustaban. Bueno, no: haciendo cosas que me apasionaban.

Y quise crear una empresa a partir de todas esas sensaciones y experiencias. ¿Por qué no hacer de estas ilusiones un proyecto compartido? ¿Por qué no crear una estructura organizativa que provea de estabilidad y de inquietud profesional a personas con las mismas expectativas?

Esa es mi realidad. Cómo transitar de ser una persona que ejerce la consultoría artesana, para crear una estructura organizativa, con identidad corporativa, que ofrece valor mediante la práctica de la consultoría artesana. Y me encontré con realidades.

Me encontré con cosas que merecen la pena: personas que lo dan todo y que sacrifican  realidades personales, esta vez de forma consciente, por el hecho de poder cubrir expectativas y necesidades de la empresa.

Me encontré con personas adheridas al proyecto, sintiéndolo como suyo. Sin que tengan que sufrir por las presiones de la tesorería, pero sin poder disfrutar plenamente de la libertad e independencia que puede ofrecer gestionar un ente organizativo vivo.

Me encontré con personas que proporcionaban astucia, inteligencia, pasión, convicción, propósito… mucha más calidad y cantidad de la que yo solo puedo ofrecer.

Y también me encontré con personas que miden el tiempo por lo que hacen. Y, aunque dan el máximo por el tiempo que dedican, asumen, como debe ser, que hay una transacción tiempo – dinero y una vara de medir que rige esta transacción.

Y con personas que aspiran al éxito… y que la realidad las enfrenta a caminos llenos de adversidades. Una empresa de consultoría artesana ofrece una música en forma de resultados que a mucha gente satisface. Sin embargo, estar en el día a día practicando para que esa melodía resuene así es un proceso a veces vertiginoso y cargado de impedimentos que suelen pasar desapercibidos.

Me encontré con personas que ya no podía atender, aunque quisiera. No podía trasladar personalmente ciertos valores que siempre consideré nucleares para la sostenibilidad de todo este negocio. Son otras personas las encargadas de trasladar esos valores, que van mutando. Uno deja de ser imprescindible. Y debe ser así. No tener control de todo es la multa que debes pagar en este proceso.

Me encontré con una enorme lista de toma de decisiones que se enfrentan con la incertidumbre. Y debo tomar esas decisiones con una apariencia de solvencia que, en la realidad, lleva implícita una gran carga de inseguridad. Mientras no sabes realmente cuál es el detalle de esa realidad que estás afrontando, no puedes trasladar nada que se parezca al miedo, sino todo lo contrario. La estadística dice que la intuición que he ido madurando a través de lecturas y canas suele llevar la razón. Esto me alivia, por ahora.

Me encontré con personas que estaban en el “a ver qué pasa”, y que en función de eso que pasa, se enganchan o no al proyecto. Y ese enganche no depende de ti, sino de expectativas que no puedes dominar. Estar puntualmente a las 7 de la mañana, a las 3 de la tarde o a la 1 de madrugada no depende de ti, sino de la pasión que el proyecto profesional pueda impactar de forma genuina en la persona.

Me encontré con  una estructura organizativa que va de la mano de una estructura económica que debe sostenerla. Y eso implica mantener una inercia de ingresos económicos definidos a través de proyectos estimulantes, enraizados con el porqué del sentido de la empresa… que debes mantener. Y esto no es un problema, es un reto apasionante.

Para dejar de ser un consultor artesano y comenzar a ser una empresa de consultoría artesana hay que afrontar unas realidades incómodas, pero a la vez sumamente excitantes. Y merece la pena. El camino se recorre y los aprendizajes son experiencias que van lubricando sensaciones de madurez inigualables. Observar que las personas se asientan, asumen parcelas de propiedad sobre la marca (el proyecto compartido) y se desarrollan personal y profesionalmente ofrece sensaciones equiparables a las que te afectan como padre/madre, al ver los progresos de tu hija/o. El que ha pasado por sendos procesos seguro que lo entiende.

Ser un consultor artesano y comenzar a ser una empresa de consultoría artesana es una experiencia que expande la declaración de la consultoría artesana hacia espacios de aprendizaje sumamente interesantes que permiten comprender que ejercer esta profesión puede ser mucho más vibrante de lo que te imaginabas.

Nacho Muñoz

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