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Alicia Pomares

Me formé en Psicología Clínica y Psicología de las Organizaciones. He trabajado como consultora de RRHH toda mi vida. Monté mi propia empresa muy joven, a los 24. Pero antes y después trabajé en otras firmas hasta hace 11 años cuando inicié una nueva aventura en Grupo Humannova como socia directora. Acompaño a las empresas en su transformación cultural y digital, desarrollo de liderazgo, innovación, desarrollo de talento y a implantar nuevas formas de trabajo.
Autora del libro Conectar talento, proyectar eficacia (2015, Profit Editoral). Publico mis reflexiones en mi blog Serendipia.

 

Antes de empezar, quiero deciros que es un honor colaborar en este espacio que comparto con gente que admiro: gracias por invitarme, Manel Muntada. Es un honor porque sigo el contenido desde hace tiempo y me habéis inspirado mucho, tanto por aquí como a través de vuestros blogs personales. Habéis formado parte de mi entorno personal de aprendizaje durante los últimos (muchos) años, convirtiéndolo en algo ameno, divertido, variado, haciéndome reflexionar y avanzándome tendencias en nuestra profesión (gracias, por tanto). Insisto en lo de “autoaprendizaje y autodesarrollo” porque es de eso de lo que me gustaría reflexionar por aquí.

Ya no queda tinta de tanto escribir sobre la necesidad de aprender a lo largo de la vida, de la necesidad de upskilling, reskilling, lifelong learning y otros palabros acabados en “ing”. A estas alturas, ya deberíamos haber integrado esa necesidad de reinvención y desarrollo continuo y, sobre todo, deberíamos tener muy digerido que las únicas personas responsables de ella somos nosotras mismas. Pero ¿Realmente es así? ¿Las y los profesionales somos los únicos responsables de nuestro desarrollo?

Comentaba en otro post en el que hablaba de autodesarrollo que:

“No podemos parar de reinventarnos si no queremos convertirnos en la “clase inútil”, tenemos que asumir una actitud de crecimiento continuo.

Pero eso no es lo difícil, aprender continuamente no es difícil, es apasionante. Lo realmente difícil es gestionar el estrés, la frustración y el agotamiento intelectual que todo ello supone.

Vamos a necesitar mucha fortaleza emocional para la gestión del estrés que produce reinventarnos continuamente, rápido y a lo largo de toda la vida. Mucha resiliencia para gestionar la frustración que supone que en el momento en que aprendes algo ya lo tienes que olvidar, porque ha quedado obsoleto. Y, sin embargo, no puedes parar porque sabes que te sirve para crear capas de conocimiento, escalones para seguir creciendo. Mucha pasión para no dejar de ser curiosos.”

La gente que trabajamos en consultoría tenemos la gran suerte de participar en proyectos muy diversos en empresas de todo tipo y eso nos permite conocer lo que está pasando. La teoría es muy bonita, pero la realidad es tozuda y en este oficio de la consultoría lo descubres cada día: a nivel general,  estamos muy lejos de asumir ese autodesarrollo como propio.

En esa realidad, me he encontrado empresas que siguen formando a sus equipos de personal con métodos del pasado, de esas hay muchas. Pero cada vez más, descubro organizaciones que se han marcado como una de sus prioridades implantar esa cultura de autodesarrollo y se encuentran grandes resistencias para extenderla. He trabajado con áreas de RRHH, talento, personas, etc. que están haciendo grandes esfuerzos por potenciar el autodesarrollo, sorprendidas por las barreras que se encuentran, y es ahí cuando te piden ayuda.

Un de los ejemplos que ha llamado mi atención: una gran empresa del sector servicios (más de 2.000 empleados) que ha apostado por el autodesarrollo y ha creado un ecosistema de autoaprendizaje.

En su proceso actual de cambio, ha puesto en marcha un campus virtual de autodesarrollo vinculado al nuevo sistema de gestión del desempeño voluntario. Su personal que voluntariamente decida trabajar una habilidad clave dispone de un sistema que facilita un acceso completo e integrado a todos los recursos de apoyo necesarios para el desarrollo autónomo de cada habilidad.

Previamente al lanzamiento del campus, se trabajó en la concienciación y motivación de todo el mundo para liderar su formación continua.

El resultado final ha sido la puesta en marcha de un campus virtual con contenido novedoso, con elementos de gamificación y una tecnología amable que invita a participar. Sin embargo, los porcentajes de participación en ese autodesarrollo voluntario son inferiores al ¡¡¡30%!!!

¿Qué está pasando? ¿Dónde están las resistencias? Entre otras barreras que frenan el desarrollo continuo de las personas de esta empresa encontramos que:

  • No ha calado la cultura del autodesarrollo, se sigue esperando una formación tradicional.
  • El día a día no permite dedicar tiempo a aprender, no hay tiempo para todo y dejamos el aprendizaje para lo último.
  • No existe la urgencia o la sensación de crisis para priorizar el desarrollo profesional.
  • Es voluntario, se asocia el autodesarrollo con trabajo y eso no motiva.
  • Requiere más esfuerzo y responsabilidad por parte de cada persona.
  • Y yo añado… ¿Contamos con la preparación suficiente para ser responsables de nuestro propio desarrollo? ¿Es posible crear una cultura de autodesarrollo o es una utopía?

Este no es un caso aislado. Me he encontrado situaciones similares en otras compañías que invitan a reflexionar y seguir preguntándonos. ¿La vagancia se halla integrada por naturaleza? ¿No queremos aprender? ¿Nos tienen que obligar? ¿Cuanto más fácil nos lo ponen, menos nos interesa?

No lo creo, las personas en general tenemos curiosidad y motivación intrínseca para el autoaprendizaje, pero hay tiempos y situaciones –en función del momento vital, circunstancias profesionales y personales, y otros aspectos motivacionales– en los que necesitamos que nos sacuda la sensación de crisis y urgencia para tomarnos más en serio nuestro autodesarrollo.

También ayuda un poco de motivación extrínseca. Somos seres sociales y aprendemos mejor –estoy generalizando– en compañía. La creación de comunidades de aprendizaje, de práctica, de gestión del conocimiento, entre otros tipos de comunidades, aportan un gran valor tanto a nivel de conocimiento como motivacional en el autodesarrollo.

En definitiva, creo que esto del autodesarrollo tiene tela y queda mucho por analizar.

En este oficio de la consultoría tenemos todavía mucho trabajo que hacer para ayudar a las organizaciones a crear culturas de autodesarrollo, a diseñar ecosistemas de autoaprendizaje útiles, motivadores, divertidos y que enganchen, y a acompañar a los equipos de profesionales en su aprender a aprender.

Como dice Jesús Garzas en su post, «yo tampoco creo que estemos preparados para hacernos responsables de nuestro desarrollo… pero vamos por buen camino y estamos llegando».

*Nota. También me he encontrado por el camino empresas que están teniendo más éxito en su implantación de la cultura de autodesarrollo, pero con grandes dificultades. Si tienes algún ejemplo de éxito no dudes en compartirlo.

Photo by Clay Banks on Unsplash

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