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Retomar el pulso a la colaboración ciudadana como estrategia para la actividad política después de la pandemia no está aún en la agenda de muchos municipios, por desgracia. Nos estamos acostumbrando peligrosamente a que las decisiones se tomen en despachos, por el bien de todo el mundo. La ciudadanía ha dejado de ser un activo político en estos tiempos pandémicos, para convertirse en un sujeto pasivo sobre el cual tomar decisiones. Alguien a quien gestionar, y no tanto alguien con quien diseñar cómo debe ser el día después de esta crisis.

Por suerte, sí hay figuras políticas y funcionarias que consideran el gobierno abierto no como un slogan, sino como una estrategia crucial en la que apoyarse para gestionar los intereses y las decisiones públicas, más aún después de este antes y después de nuestra «Historia» que aún estamos cruzando.

A las personas que acostumbramos a movernos en procesos participativos, la pandemia nos ha quitado una de las condiciones de posibilidad para la participación genuina en entornos barriales o municipales: la presencialidad. No tenemos una tecnología 100% capaz de convertirse aún en una alternativa sólida a las conversaciones espontáneas e informales que se producen en el cara a cara. Ni mucho menos contamos con las competencias digitales desarrolladas de forma universal como para hacer frente a esos procesos dialógicos a través de las aplicaciones existentes.

Además de estas y otras dificultades preexistentes e inherentes a los procesos participativos, nos encontramos con un clima político hostil en casi todos los niveles, que hacen aún más complicado ofrecer credibilidad desde la Administración para promover procesos de esta índole. La toxicidad partidista está en todas partes y si antes cualquier iniciativa promovida desde un equipo de gobierno, sea del color que sea, tenía que sortear muchas barreras, ahora hay quien se piensa dos veces arrancar un proyecto de participación ciudadana, teniendo en cuenta que las (inevitables) críticas de la oposición llevan ahora venenos difíciles de afrontar.

Sin embargo, hay espacios de oportunidad en la política municipal: aún se puede demostrar a la gente de a pie que gobernar los intereses mutuos es cosa de todo el mundo, y que la participación y la colaboración es más necesaria que nunca. Quien consiga la cercanía y la apertura tendrá, al menos, la posibilidad de considerarse algo más que una o un político tirado al barro de la discusión inútil, presentarse como un activo desde el cual recuperar inercias ilusionantes con y desde la gente de a pie.

¿Qué puede hacer la consultoría en todo esto? Poner a disposición metodologías y herramientas adaptadas a la situación. Aquí tres ejemplos de aportaciones significativas:

1. Diseño de proyectos atractivos. Es decir, que atraen

Llamar a la participación de forma sugerente es un paso necesario para reactivar a la ciudadanía comprometida, pero también confinada, herida e incluso a veces aletargada de estos tiempos. Los proyectos de participación ciudadana llevan consigo considerables esfuerzos de comunicación para atraer genuinamente a los sujetos hacia los escenarios donde se produce la participación. La comunicación provocadora, con un tono un poco canalla, al que habitualmente no asociamos a la administración, se distancia de los discursos solemnes y paternalistas acostumbrados. Atraer a la participación pasa por modificar los formatos de comunicación y hablar en un idioma sugerente.

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Ejemplos de comunicación en la vía pública de una campaña de expectación para el proyecto participativo El Barrio que Quieres, del Ayuntamiento de Montilla.

2. Diseño de espacios de diálogo, a pesar de los pesares

Facilitar espacios de conversación presencial, promoviendo encuentros constructivos y satisfactorios, nunca frustrantes, sigue siendo un reto. La facilitación que ofrece la consultoría requiere de imaginación para respetar las condiciones sanitarias, a la vez que provocar la posibilidad de ese diálogo presencial tan necesario.

Una de las herramientas que hemos usado recientemente son las Derivas Participativas. Es una adaptación de algo que se ha usado habitualmente en los llamados Diagnósticos Rurales Participativos (DRP), y permiten sistematizar las sensaciones que tiene la gente sobre el territorio que habita. Consiste en caminar por calles, barrios, por el pueblo o por la ciudad, con gente del lugar, quienes van contando lo que vamos viendo, intercambiando con ellas nuestras impresiones o preguntas, produciendo información prevista como objetivo de la Deriva.

Se articulan grupos pequeños acompañados de una persona facilitadora, tantos grupos como sean posibles (aquí los aforos y restricciones mandan), con una ruta preestablecida por la vía pública, al aire libre, y una metodología de identificación de elementos, fichas de facilitación para provocar ideas y momentos para la conversación sobre lo que va ocurriendo. Todo parece errático, pero el diseño prevé la aparición de escenarios constructivos, en los que son los y las agentes que participan los principales protagonistas.

Nuestra labor es de diseño en todos los aspectos, facilitando la conversación, ahuyentando de forma inteligente el diálogo competitivo por uno más colaborativo, pasando de la protesta (que se admite) a la propuesta (que se estimula). Por supuesto, nuestra labor es la de procesar información, para generar entregables ágiles para la lectura, que son devueltos a las personas participantes, así como informes y resultados operativos que son procesados por la Administración para que los traduzcan en respuestas inmediatas en forma de proyectos de intervención municipal.

Ejemplos de rutas de derivas participativas por barrios.

3. Diseño de proyectos de credibilidad

La estrategia de participación ciudadana no puede concebirse como una actividad recreativa a través de la cual vamos a “jugar” a la participación con la gente. La credibilidad de los proyectos de participación se obtiene si estos están orientados a los resultados, es decir, a la puesta en marcha de intervenciones municipales (obras, actividades) en el menor plazo posible. La participación ciudadana, o es estratégica o es considerada un paripé.

Para aportar credibilidad, las acciones deben estar previstas para generar resultados que se pongan en marcha en un plazo ágil, razonable teniendo en cuenta los tiempos de la administración. Plazos lo más corto posibles, siempre que se pueda. Todo proyecto de participación tiene que tener la finalidad de poner en marcha acciones que han sido identificadas y diseñadas por la ciudadanía. Por ello, los proyectos que mejor maridan con esta condición son las micro actuaciones, los proyectos que tienen la ambición de cambiar y mejorar aspectos cotidianos. No hay que estimular la ideación de grandes obras o infraestructuras. En muchas ocasiones, un proyecto de transformación tiene costes casi simbólicos para la corporación y mucho, muchísimo, sentido común.

Si la comunidad existe, esta debe apropiarse progresivamente del proyecto de participación ciudadana. Facilitar la asignación de roles, de grupos motores, de identificación de perfiles proactivos y de espacios de formación interna. Los despachos del área de participación ciudadana no deben tener tabiques, sino finas membranas donde la entrada y salida de personas ajenas a la política tengan cabida. La estrategia de participación debe perseguir la alianza con un grupo amplio de personas dispuestas a colaborar, organizadas formalmente y facilitadas con herramientas y recursos para poder desplegar con ellas el diseño de nuevas actividades participativas. La consultoría se presenta como un bastón desde el que articular esta estrategia.

Nacho Muñoz

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