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La Universidad tiene la responsabilidad de dotar de una formación que vaya más allá de lo que hasta ahora estaba previsto en el currículum académico.

Y no, no hablo solamente de formar en emprendimiento. De hecho, el fomento de la capacidad emprendedora desde la Universidad se promueve desde hace tiempo, contando además con un marco rector elaborado por la Comisión Europea y la OCDE desde 2012.

Me refiero aquí a incluir de forma radical y decidida un nuevo ingrediente: formar a agentes de cambio y transformación social, medioambiental y económica.

Universidad y Agentes de Cambio, OK. Pero y la Consultoría, ¿por qué se mete en el título de este post? Pues porque desde la consultoría artesana se cuenta con capacidad para acompañar a la Universidad en este proceso, con propuestas innovadoras y resonantes. Sirva este texto para poner luz en, al menos, algunas zonas oscuras de este camino.

Abusando de etiquetas, ser agentes de cambio y transformación significa actuar como personas emprendedoras, pero también intraemprendedoras; es decir, promoviendo una actividad profesional orientada a la sostenibilidad, ya sea por cuenta propia o por cuenta ajena.

Esto supone una nueva dimensión, porque hasta el momento la formación universitaria se centra en la empleabilidad o se centra en el emprendimiento. No se trata ya de en qué formamos, sino a quién y para qué formamos.

Se dice que La Academia es la brújula que ha de activar los imanes de la curiosidad, el conocimiento y la sabiduría en sus pupilos y pupilas. Pues bien, yo lo que digo es que hay que añadir que esta institución tiene el deber de activar, también, el compromiso por la sostenibilidad y el bien-común.

Y estas dos palabras tan frecuentemente utilizadas no se repiten por pedalear una ideología, sino porque nuestra sociedad necesita urgentemente que las generaciones venideras sean conscientes de que hacen falta cambios estructurales, de fondo y de forma, que logren que no lleguemos al colapso.

No quiero aquí trasladar una mentalidad catastrofista, sino la de imaginar un mundo distinto al desorden que se va instalando en prácticamente todas las capas de nuestras vidas.

La necesaria reconfiguración del modo de estar en el mundo va a brindarnos nuevas oportunidades, orientadas a hacer una sociedad más justa, solidaria y sostenible. Nuevos sistemas energéticos, tecnologías más accesibles, modelos de producción y consumo más respetuosos con los ecosistemas, tejidos sociales más compactos, modelos de organización más solidarios y participativos, etc.

Estas fuerzas emergentes son ahora islas en medio de un océano de inercias confortablemente asentadas en nuestro sistema de producción, sustentadas en principios que no va a ser fácil desmontar de un día para otro y con los que conviviremos durante mucho tiempo.

Si algo nos enseña la Agenda 2030 de Naciones Unidas es que puede haber también una hoja de ruta hacia un mundo más sostenible. Que haya una guía no quiere decir que el trabajo ya esté hecho, porque precisamente ahora hace falta que todas y todos creamos en esa estrategia y podamos imaginar instrumentos para llevarla a cabo.

La Universidad contribuye, desde el rol que tiene como institución para avanzar en la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, priorizando una formación orientada a la maduración de agentes de cambio, con independencia de si el conocimiento que le transfieren es de letras o de ciencias, y sin centrarse exclusivamente en que el individuo deba montar una empresa o ser contratado.

Formar a una persona como agente de cambio no solamente implica mostrarles un conjunto de competencias descritas previamente en un diccionario o en un manual. Y pudiera parecer que desde la Universidad se cuenta con un gran manual para formar en emprendimiento y otro gran manual para formar en empleabilidad. Y ya. Este código binario hay que superarlo.

No son malos esos manuales, no quiero decir eso. Hay en cada uno de ellos un buen conjunto de estrategias, herramientas y habilidades que se trasladan para que el alumnado madure hacia una de esas dos finalidades.

Sin embargo, las personas agentes de cambio van más allá de esos contenidos, las cualidades por las que se definen son otras.

De tanto trabajar con ellas/os, hace poco me atreví a bocetar un nuevo diccionario de competencias para agentes de cambio. Para resumir el mismo, comparto por aquí lo que veo en estas personas:

  • Poseen inquietudes genuinas para transformar lo que le rodea y cultivan virtudes propias asociadas a la antropología, como la observación, la experimentación y la hibridación.
  • Comprenden que la transformación es incertidumbre y que para saltar obstáculos hay que entrenar tanto las herramientas de colaboración eficaz como las habilidades implícitas en los cuidados que hay que proveer a las otras personas con las que se recorre el camino.
  • Reconocen que ser eficaz implica también ser capaz de diseñar arquitecturas de experiencias satisfactorias, desplegar unas finas habilidades comunicativas, tejiendo y vitaminando las redes existentes, sin prejuicios ni estrecheces dogmáticas.
  • Asumen que el valor del compromiso con el entorno pasa por el inconformismo y el activismo, entendidos de forma pragmática, con un consumo responsable de contenidos en las redes, donde se comparte y se produce contenido exclusivamente que aporta valor.
  • Construyen una identidad digital coherente y sin artificios, resonante, pero sin maquillajes, manejando los códigos narrativos audiovisuales emergentes que impactan, facilitan y hacen más atractivos los contenidos.

Si me permitís, antes de terminar voy a dejar 5 tips a tener en cuenta en el diseño de experiencias de aprendizaje que pueden promoverse desde la Universidad para promover agentes de cambio y transformación:

  1. La inquietud por el cambio se adquiere practicando: basta de charlas dogmáticas. La inquietud se forja diseñando una experiencia transformadora. La experiencia puede contener charlas inspiradoras y formaciones reveladoras con formatos más o menos tradicionales, vale, pero lo que sí o sí debe contener es una experiencia inmersiva en una realidad transformadora.
  2. La Universidad debe ser un nodo de transformación: nadie como la Universidad se encuentra en mejor situación para promover iniciativas de innovación vinculadas a la Agenda 2030. Los ODS recogen 17 modos de promover la sostenibilidad y desde la Universidad hay un montón de grados y posgrados que tocan de forma natural todos (o casi todos) ellos.
  3. Los programas tienen que tener una marca propia: estos programas para activar agentes de cambio deben cuidar los contenidos, pero también los continentes. Las iniciativas con marca propia, diferenciadoras respecto al resto de programas, con un discurso y lenguaje propios (alejados de tecnicismos científicos y de la rigurosidad académica tradicional) son muy necesarios aquí.
  4. Los ecosistemas se enriquecen con la experimentación: la Universidad es el centro donde pueden y deben integrarse la Administración Pública, las empresas, las organizaciones sociales y, por supuesto, las y los estudiantes, a quienes se busca activar como agentes de cambio. Todos los stakeholders al servicio de un movimiento de innovación sostenible, para que la persona participante no solo vea teoría, sino que practique en entornos reales.
  5. Los estímulos a la participación tienen que integrar códigos narrativos actuales. ¿Se pueden comprender los ODS a través de challenges de Instagram? ¿Se puede promover las prácticas en empresas a través de concursos de emprendimiento? ¿Se pueden hacer los TFG y/o los TFM con necesidades reales de empresas orientadas a la sostenibilidad? ¿Se pueden adquirir habilidades de comunicación poniendo en marcha campañas de crowdfunding para asociaciones que necesitan financiación? Parece que se puede, a partir de las experiencias que vamos viendo alrededor.

Para terminar, os dejo una experiencia impresionante que he tenido a este respecto recientemente: Social Change Makers, por si termina de servir de inspiración para promover dinámicas transformadoras desde la Universidad.

Nacho Muñoz

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