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Lo primero que he de advertir es que la simplicidad es, paradójicamente, un tema muy complejo. Hay muchos meandros, muchos temas adyacentes que aparecen a la vuelta de cada esquina y que ramifica el tema en un árbol inmenso de subtemas, matices y anotaciones al margen. Por eso, que nadie espere un tratado de la simplicidad, para eso igual les sirve el libro de John Maeda, Las Leyes de la Simplicidad (aunque tampoco esperen aquí un dechado de profundidad, quizás igual es de eso de lo que se trata).

A mí me gusta siempre ir a las fuentes cuando investigo para un artículo, y mis fuentes suelen ser filosóficas, y más concretamente el Diccionario de Filosofía de José Ferrater Mora. En él el autor define simple como “lo que no tiene o no puede tener partes; lo simple es, pues, indivisible”, para añadir posteriormente los “dos rasgos fundamentales de lo simple o la simplicidad: la posibilidad de que posean cualidades, y la posibilidad de que una suma […] de entidades simples pueda formar un compuesto.” Resulta especialmente interesante esta definición. Por un lado, ya nos está enseñando una estrategia para llegar a la simplicidad, la división: aquello que se puede dividir es complejo, o al menos no es tan simple como potencialmente podría ser. Aquí se adivina, en una de esas anotaciones al margen nombradas al principio, una característica de la forma en que la simplicidad se nos presenta: es subjetiva. No estoy hablando de la simplicidad absoluta, aquella a la que se llega cuando es imposible la división (Dios, el alma, el ente en filosofía), sino de cuándo nosotros consideramos que una cosa es simple, o al menos tiene un grado de simplicidad aceptable. Un ingeniero aeronáutico es posible que perciba que un componente de un avión, por ejemplo, es simple antes que los que no lo somos, puede entender que el nivel de simplicidad que aprecia es lo suficientemente alto como para ver el objeto como algo comprensible en su conjunto, asimilable. Nosotros necesitaríamos una mayor simplificación para comprender ese componente (o un proceso, una organización…).

Porque una de las claves, si no la más importante, por las que simplificamos es para conseguir conocimiento. Simplificamos para comprender, para poder manejar algo muy complejo: en marketing hablamos de segmentos de clientes, en turismo hablamos del mercado británico y en política hablamos de izquierdas y derechas. Todo lo hacemos para comprender, y en la simplificación perdemos los matices y, por tanto, evitamos los razonamientos complejos y, de ese modo, la percepción cierta de la realidad.

Pero es útil, la simplicidad es útil, porque no podemos trabajar, en determinados entornos, con los matices, nos llevaría a la parálisis. Por eso se han creado modelos de desarrollo de proyectos o de innovación, como el Design Thinking o Lean Startup, que buscan avanzar desde la simplicidad. Incluso hay metodologías de innovación que trabajan la creatividad con algunos enfoques que buscan la simplificación, como es el caso que se refleja en el libro Dentro de la Caja, de Drew Boyd y Jacob Goldenberg. Aquí relatan ejemplos como el walkman o el iPod, que sustrajeron a los aparatos desde los que evolucionan elementos que parecían fundamentales para hacerlos más simples y de mayor valor para sus usuarios.

Pero simplicidad no significa ausencia de profundidad. Es un error, cuando trabajamos, por ejemplo, con el Design Thinking, que nos quedemos en lo simple, y que no seamos capaces de ir más allá, de analizar, conectar, evolucionar hacia, ¿por qué no?, una complejidad controlada y conocida. Simplificar nos ayuda a despegar, a sentar bases desde las que crecer y construir más sólidamente. Y esto va en relación con las características de las que hablaba Ferrater Mora: lo simple tiene la posibilidad de poseer cualidades y la suma de entidades simples forman compuestos.

Solo somos capaces de analizar lo simple, solo somos capaces de descubrir las características y cualidades de lo que es uno, y si no lo es “hacemos como si lo fuera” (segmento de clientes, mercado de viajeros, una ciudad…). No existen cualidades personales ni perceptibles para lo que es múltiple, lo que no se puede analizar como simple. Por eso simplificar es un camino de acceso a la verdad, al conocimiento, pero si no nos quedamos en esa simplicidad, sino que a esta la entendemos como una etapa más del camino.

Por eso, en ese camino hacia el conocimiento, es porque somos capaces de unir lo simple en unidades (¿unidades?) compuestas. Lo compuesto es asimilable si parte de lo simple, si partimos de un conocimiento pleno de sus partes. De lo complejo/compuesto a lo simple para volver a lo complejo/compuesto.

Dije antes que lo simple es relativo (lo que para unos es simple, para otros no lo es), pero no siempre es así. Cuando comparamos dos elementos podemos descubrir si uno es más simple que el otro (simplicidad relativa), y eso siempre es así, no depende del enfoque de cada uno. Pero la simplicidad relativa nos lleva al conocimiento relativo, y la pregunta es: ¿estamos seguros de que trabajamos buscando la simplicidad absoluta y a partir de ahí construimos el conocimiento, o nos limitamos a llegar a un punto en el que la simplicidad relativa nos es suficiente para seguir trabajando en medio de un supuesto conocimiento, aunque falso, al menos incompleto?

Como ven no es un tema sencillo este de la complejidad. Está lleno de matices e incluso de trampas. Por eso no espero tanto aportar conocimiento como generar preguntas. La simplicidad es una magnífica herramienta para la teoría del conocimiento y la lógica. Nos ayuda a capturar lo complejo y compuesto. Pero no es el fin del camino, es el camino en sí hacia el verdadero conocimiento, hacia la generación de sistemas mentales y conceptuales que nos permitan comprender el mundo, las organizaciones y las sociedades. El ser humano no es un animal unidireccional, sino que es, como diría mi compañero Manel Muntada, poliédrico, pero cada cara de ese poliedro ha de ser analizada, comprendida y conocida para, después, construir el poliedro multifacético y complejo, pero el que de verdad es real.

La imagen es de Hernán Piñera en Flickr.

Juan Sobejano
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