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“Ya no nos encontramos en una cultura de formas rituales marcadas por la lentitud y la paciencia, sino en una sociedad de hipervelocidad dominada por la obsesión de ganar tiempo en cualquier circunstancia”. A Gilles Lipovetsky le deberíamos dejar un espacio en los butacones de nuestras referencias para entender mejor los comportamientos de los seres humanos y con ello nuestro trabajo de consultoría. A mí al menos me azota con sus reflexiones que, además de hacernos pensar sobre nuestras actitudes en nuestros trabajos, nos ayuda a reconocer cómo deben transitar las personas por espacios que hagan posible que “vivan” experiencias de valor cuando hemos de resolver situaciones en las organizaciones. 

Viene a colación este extracto de su libro “Gustar y emocionar”, porque de algunas conversaciones que se han dado en este blog, sigue mostrándose explícitamente el valor de nuestro trabajo; más que los “fondos” incidimos en las “formas” en nuestros proyectos, en los “cómos” y en los “propósitos”. Nos define una empatía especial con los proyectos, un “querer hacerlo” que va más allá de un pedido, un presupuesto y un resultado, cruzando definitivamente a la acera de “vivir y sentir el propio proceso”, algo que nos enriquece a medida que se extiende en el tiempo. Tenemos una tarea importante desde mi punto de vista: “hacer vivir y sentir el propio proceso” en quienes participan en cada proyecto. 

Me une una especial relación con el mundo del deporte, con el entrenamiento y el desarrollo de l=s chic=s en su vínculo con el ejercicio de un deporte concreto, en mi caso, en un deporte de equipo como el baloncesto. En estos espacios es donde nos damos cuenta de la importancia de transmitir una “idea”, de ver este deporte en el team, de preparar individual y colectivamente para hacer realidad esta idea en cada sesión y tratar de entrenar esos comportamientos y esas soluciones conforme avanza el proceso, más allá del resultado final a obtener, impredecible e imprevisible a primera vista. Se hace evidente con el paso del tiempo que, aunque el azar juega un papel fundamental en lo que acontece en cada porción del tiempo, no es menos cierto que los resultados son una consecuencia del proceso y no únicamente un punto y final del mismo. En un mundo de inmediatez y de hipervelocidad, de fractura y desorden, del aquí y ahora, incidir en el desarrollo de la idea durante el proceso se me antoja más necesario que nunca si queremos obtener un resultado positivo.

“Un proyecto, una idea, una persona” podría ser un buen comienzo en cada trabajo que ponemos en marcha. Deberíamos enfocar cada proyecto que surge de nuestra relación con los clientes con un cambio de comportamiento en “una persona” concreta de la organización a través del desarrollo de “una idea” que provoque este cambio. Nuestro “entrenamiento” tendrá que ir orientado a este propósito, construido al inicio junto a cada persona, para que esta relación se produzca de manera continua, constante y a lo largo del tiempo. La relación entre “expectativas y satisfacción”, como bien dice Lipovetsky, se acorta de tal manera que en ese desarrollo debemos cuidar que camine de forma armoniosa, sin prisas, dando pasos en torno a esa idea transformadora, de forma que ese resultado (satisfacción) en forma de transformación supere la situación inicial (expectativas) conforme el proceso se va desarrollando. De esta manera, quizá, podremos no obtener UN resultado concreto, sino que es el propio devenir en el tiempo el que nos mostrará que esa persona adquiere un nuevo comportamiento a medida que el proceso avanza. 

Pero las ideas no se desarrollan porque sí, no florecen según se plantan, no se expresan de manera inmediata, ni se realzarán por nuestra insistencia, por repetir y repetir acciones para que sean asimiladas. Las ideas se desarrollan por comprender el sentido de las mismas, por hacer partícipe a cada persona de su compromiso con dichas ideas y convencer y persuadir en el camino a emprender para que pueda verse su recompensa. Se requiere ese tiempo y paciencia que demanda Lipovetsky, se necesita sobre todo un entrenamiento orientado y basado en los diferentes vértices de esta idea y además es muy necesario que cada persona, en su vivencia, comprenda el porqué. 

Comenta recientemente Andrea Marcolongo que “nuestro cerebro es hoy el mismo que hace 2.500 años y debemos potenciar que la gente se esfuerce en pensar”. Comprender, hacer entender, interrogarse son partes esenciales de esta manera de enfocar nuestros proyectos; participar, comprometer, persuadir y reflexionar son acciones requeridas para que cada persona pase de la reflexión a la acción transformadora, paso a paso. Y para ello la “idea” se relaciona imperiosamente con tiempo, la idea es reflexión y la “idea” es en definitiva proceso y acción.

“Un proyecto, una idea, una persona” es la base de eso que hemos de considerar como el método de trabajo, un método más parecido a un entrenamiento. Un método que requiere tiempo, paciencia y la reflexión necesaria para que esa acción transformadora no sea meramente un documento-informe final que certifique la propuesta inicial sino, y por encima de todo, un resultado convincente y satisfactorio, fiel y leal a la idea inicial y sobre todo continuado en el tiempo, a pesar de los azares y de las inclemencias que nos puedan llegar conforme el proceso esté en marcha. Solo así lograremos una transformación en esa persona, una transformación de la idea en acción.

La imagen es de Vasiliki Millosui en Flickr.

Juanjo Brizuela
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