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Supongo que no podemos dejar de equivocarnos de vez en cuando. Hay proyectos de consultoría que no salen bien. Es algo para lo que hay que prepararse. La humildad es una condición de partida que impregna nuestra declaración de consultoría artesana. En general, abordamos situaciones complejas en las que es lógico que emerjan a veces circunstancias que nos lían y derivan en una sensación de que no estamos llegando adonde queríamos llegar.

Desde luego que una manera en la que prevenir –hasta donde sea posible– esta deriva es emplear tiempo en las fases iniciales del proyecto para identificar los factores críticos de éxito. Detenerse en este primer momento puede proporcionarnos pistas. Pero no garantizamos nada. Yo soy de los que, por ejemplo, siempre incluyo una «fase cero» en mis proyectos. Tiene que ver precisamente con esto, con procurar entender la situación a la que me enfrento. Luego, las circunstancias hacen que pueda dedicar o no tiempo suficiente a ese primer momento. Pero yo, tozudo, lo intento y lo dibujo de forma explícita en la planificación del proyecto.

Dicho esto, ¿cómo gestionar un proyecto que, lisa y llanamente, va mal? Bueno, lo ideal sería que nos detuviéramos un momento y empleando alguna herramienta de análisis junto con nuestro cliente, consensuáramos qué está sucediendo. A mí siempre me han gustado, por ejemplo, los diagramas de Ishikawa. Me ha parecido un método útil para buscar esas conexiones entre causas y efectos, para ir más allá de los síntomas y buscar las causas profundas. Seguro que conocéis otras herramientas útiles. El caso es introducir una analítica que sea útil y nos guíe en la identificación de lo que está ocurriendo. Es, en cierto modo, una manera de «enfriar» el conflicto.

Sin embargo, hay ocasiones en las que, al margen de análisis racionales, lo que sucede es que no tenemos química. Reconozco que, en mi caso particular, esto me condiciona demasiado. Lo complicado del asunto es que muchas veces, hasta que no te metes en harina, no sabes bien si esa sintonía se va a producir o no. Las organizaciones son personas y a medida que vas avanzando en el proyecto es inevitable que vayan surgiendo conexiones y desconexiones. Forma parte de la vida misma. La consultoría, por mucho método que introduzcamos, también se desarrolla en este escenario.

Un proyecto de consultoría en marcha es complicado de detener, aunque hay veces que es lo mejor que nos vendría a las partes. Nuestra obligación es proporcionar un marco de análisis para tomar conciencia de lo que está sucediendo. Seguro que encontraremos diversidad de opiniones. Como decía, la complejidad en la que nos movemos, nos aboca a encontrar argumentos a favor y en contra… de lo que sea. Hay que saber tolerar esa incertidumbre.

Muchas veces, sucederá que tenemos que ceder. ¿Hasta dónde mantenemos nuestro punto de vista y hasta dónde aceptamos otro que difiere del camino que proponíamos? Suelo argumentar que yo, como proveedor, saldré por la puerta y desapareceré. Quienes están trabajando como equipo del cliente, en cambio, saben que continuarán allá dentro (aunque, evidentemente, llegue un día en que se desvinculen). Es decir, mi compromiso es con el proyecto de consultoría. El suyo debería ser con el proyecto de empresa como tal. Para mí, es muy importante que asuman, que interioricen lo que estamos trabajando. Tienen que sentir que se apropian del proceso y que son responsables de sus posteriores resultados e impactos.

No deberíamos agobiarnos por esos proyectos que salen mal. Bueno, si se repiten con frecuencia, es evidente que se nos enciende una luz roja, pero forman parte del aprendizaje. A veces, nos lanzan fuera de nuestra zona de confort y nos hacen reflexionar sobre prejuicios y sesgos. Y esto es muy sano. Que, de vez en cuando, un proyecto de consultoría salga mal es lógico. Nadie vive del éxito continuo. No puede ser la norma. Nos equivocamos y reconocerlo forma parte de nuestra profesión.

Imagen de Steve Buissinne en Pixabay.

Julen Iturbe-Ormaetxe

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