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Tiempo es dinero. Pocas afirmaciones definen el mercado actual con tanta rotundidad. El tiempo, lo que tardas en hacer algo, es dinero. Más si te lleva más tiempo; menos si consigues reducirlo. ¿Cuánto tiempo lleva realizar un diagnóstico de una situación? Depende. Depende de qué importancia le asignemos, depende de hasta dónde queramos profundizar, depende de lo mejor o peor que se nos dé el proceso de recogida de información. Depende. Entonces, ¿cuánto me vas a facturar por el diagnóstico? Depende.

El mercado, claro está, tiene sus precios. Nuestras clientas y clientes manejan unas determinadas expectativas al respecto. Más o menos atesoran una idea sobre cuánto debemos facturarles por determinados tipos de trabajo. Entiendo que es una mezcla entre la complejidad percibida, el tiempo que llevará y determinadas circunstancias específicas que concurren en cada caso y que elevan o reducen el precio. Pero, sí, suele haber una referencia y es la que en cierto modo, guía el presupuesto.

Si contratas consultoría artesana es difícil que te endosen horas distintas a las que son propias de quien te ha realizado la propuesta. Normalmente las horas son horas de cada cual; no hay subcontrataciones de por medio, no hay letra pequeña. ¿Cuánto tiempo vamos a emplear? El que haga falta. Esta es la cuestión, compleja de verdad, que hay que gestionar. El que haga falta encierra puede encerrar una bomba de relojería. Bajo la premisa de la ley de Parkinson –esa que dice que todo proyecto se extiende en función del tiempo disponible– y consecuencia lógica de un compromiso auténtico con la calidad de lo que queremos ofrecer, el que haga falta se puede convertir en un sumidero de tiempo sin fin.

¿Si tardamos menos tiempo en llevar a cabo una determinada actividad deberíamos facturar menos para ser coherentes con la premisa de que el tiempo es dinero? ¿Aceptamos que nuestra efectividad tiene que ver con hacer en menos tiempo lo que hay que hacer? Si ganamos en efectividad, ¿cobramos menos? Son las trampas en las que podemos caer cuando la referencia es el tiempo. Porque el tiempo es Kairós y es Cronos. Es cualidad y es cantidad, respectivamente. Pero también es Eón, como tiempo eterno, circular. No todo el tiempo vale lo mismo. Entonces, ¿cómo facturamos?, ¿podemos tomar otra referencia que no sea la del tiempo?

No creo que debamos alejarnos de las expectativas que, como decía antes, establece el mercado. Los precios están ahí y parece complicado que desde la consultoría artesana podamos cambiar leyes tan relevantes. Esto no obvia para jugar con un más/menos a partir de ese precio de mercado. Si la entidad o las personas para las que trabajamos quieren horas, yo jugaría en su liga. Sin embargo, esa fachada de las horas no debe esconder otra realidad: sirven para su presupuesto, pero no deben hacernos caer en la tentación de tomarlo como dogma de fe. Es una expectativa; nada más (ni nada menos).

Mi obligación –tengo serias dudas de que esta palabra sea la adecuada– es disfrutar del tiempo. Nuestro tiempo es, sobre todo, kairós. Y en esta versión cualitativa del tiempo hay que incluir el tiempo de trabajo y el tiempo de no trabajo. Sin embargo, las leyes que rigen uno y otro son muy diferentes. Si cuidas a una persona como trabajo remunerado, la lógica de las horas es aplastante. Te pagan en función de las horas (cronos). Sin embargo, si cuidas a una persona porque la quieres, porque es de tu familia, porque forma parte de lo que eres como persona, tu manera –imposible– de medir del tiempo es kairós. Si disfrutas de algo, si te sientes verdaderamente a gusto haciéndolo, ¿no sería lógico que le dedicaras más y más tiempo? En términos de cronos serías cada vez más improductiva. El tiempo es una vara de medir extraña, ¿verdad?

Entonces, ¿cuánto tiempo dedicar a un proyecto? Más o menos lo que manejemos como expectativa las dos partes, quienes ofrecemos el servicio de consultoría artesana y quienes nos pagan por ello. Quizá más que tiempo importan los plazos, el flujo, el tempo de lo que acontece en el proyecto. ¿Vamos según lo previsto? No quiere decir que tengamos que clavar los plazos, pero sí que debemos conducirnos por un cauce de cierta seguridad. Hasta donde sea posible.

¿Tenemos que hablar con nuestras clientas y clientes de las horas que nos llevará el proyecto? Depende. Depende de la relevancia del factor cronos en ese caso concreto. Puede ocurrir que existan restricciones temporales que impongan una lógica más estricta. Pero también se admiten otros escenarios en los que cuales el viaje es tan importante como el destino y las cosas deberán, entonces, suceder a su momento.

Demasiadas veces me encuentro con colegas de profesión que llevan mal su cronos. Agobio, desbordamiento, ansiedad, sin tiempo para mí, comido por las obligaciones. Pero tiempo solo hay uno. No hay constancia de una segunda oportunidad para disfrutar del tiempo que se va. Lo vivido, vivido está. Ese tiempo no lo vas a poder recuperar. Sí, claro que puedes recrearlo en tu imaginación y jugar con él, volver a disfrutarlo. Pero la experiencia quizá no llegue nunca a ser tan real como debería haber sido.

El tiempo nos iguala. Tu tiempo y el mío debería valer lo mismo, aunque el mercado se empeñe en decirnos que las horas cuestan diferente según la cualificación y experiencia de quien consume el tiempo. Tú y yo sabemos que los sesenta segundos de un minuto son el mismo cronos. De nosotras depende que se conviertan en diferente kairós. Un proyecto de consultoría artesana tiene que cambiar necesariamente de acera, tiene que jugar en la liga del kairós. Si no, algo estamos haciendo mal.

Imagen de Gerd Altmann en Pixabay.

Julen Iturbe-Ormaetxe

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