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Muchas veces me he dejado llevar, quizás en exceso, por la tesis de que lo que más favorece el crecimiento de personas y equipos es trabajar juntos ante el desafío de un reto común. Sin embargo, una y otra vez me doy de bruces con la realidad de que el juego y la metáfora son a veces más poderosos que el enfrentamiento directo y racional de los problemas. Viajar y posicionarse desde nuevas perspectivas casi siempre ayuda a ir más lejos de lo que nos permiten esquemas, modelos y paradigmas -que solo nos muestran una parte de la realidad- y nos desbloquea cuando parecemos no ser capaces de hacer las cosas de una forma diferente.

Muy en particular, no deja de sorprenderme en este punto, el potente efecto transformador que casi siempre tienen los juegos «formativos». Es como si después de haber dejado de ser niños siguiéramos teniendo necesidad de metáforas mágicas para aprender, de algo así como cuentos de hadas para adultos.

¿Y qué función tienen si no, el cine, el teatro, la televisión, novelas, canciones o series a las que nos entregamos una y otra vez en una especie de búsqueda de algo diferente? 

Podemos verlo, pues, como algo natural. Como adultos, nos vemos obligados a afrontar problemas nuevos y a buscar nuevas fuentes que nos ayuden a superar nuestras dificultades. Es llamativo que la metáfora o lo simbólico sean un factor muy común en esa búsqueda .

El corazón de la alegoría

Cada día me rindo un poco más a la idea de que lo esencial de la vida está regido por nuestro inconsciente. La mayoría de nuestros procesos fisiológicos están controlados, por ejemplo, por el inconsciente. También hay estimaciones de que el 95% de lo que aprendemos y de nuestras habilidades y recursos surgen del inconsciente. Y es habitual que a veces sintamos impulsos irracionales (miedos, deseos, rivalidades, preguntas…) que difícilmente se explican sin aludir a nuestra biografía personal y a nuestros inconsciente. En general, parece evidente que lo vivido nos condiciona al margen de que nos demos cuenta. Pero también es cierto que cuando logramos elevar nuestro grado de consciencia, suelen emerger soluciones inéditas a esos problemas aparentemente irresolubles desde una perspectiva normal.  

En este punto, el propósito de la alegoría es atraer la atención consciente de la persona «burlando» sus mecanismos de defensa, mediante una forma simbólica, para permitirle entrar en contacto con las fuerzas de su inconsciente, inmensamente ricas en posibilidades y en soluciones. Un relato o vivencia que cuente a la persona ciertas cosas sobre sí misma y sobre los conflictos internos que esté viviendo en un momento concreto, que permita así recoger el pasado, situarnos en el presente y proyectar nuestro futuro.

A modo de ilustración, y para el ámbito de la consultoría, Erickson cuenta una historia que sirve de metáfora de cómo puede ser un buen ejercicio de acompañamiento. La historia de un caballo que un día apareció frente a su casa. El caballo no tenía marca alguna por la que se le pudiera identificar. Erickson se propuso devolvérselo a sus propietarios y, para ello, montó sobre él, lo llevó al camino y lo dejó ir por donde él quisiera. Sólo intervenía cuando el animal se apartaba del camino para pacer o para pasear por los campos. Finalmente el caballo llegó frente a la casa de un vecino, a varios kilómetros de distancia. Éste le preguntó sorprendido a Erickson cómo había sabido que el caballo era suyo, a lo que él respondió: «Yo no lo sabía, pero el caballo sí. Símplemente no le he dejado salirse del camino y de ese modo me ha traído hasta aquí».

La experiencia del taller como alegoría

Todos usamos alegorías. Otra cosa es hacerlo con maestría. Sin ir tan lejos, en esto de facilitar procesos es clave saber cómo utilizar las alegorías para que sean constructivas, adecuadas y eficaces. Una buena metáfora puede transformar la vida de cualquiera, pero también bloquear los horizontes si se aplica de un modo mecánico, como una receta idéntica para todo el mundo. Me producen admiración las formas extraordinarias que tienen de usar la metáfora algunos compañeros artesanos como, por ejemplo Amalio con su Innoboxplus o Asier con casi todo lo que hace

A mi me gusta concebir la propia vivencia de un taller en sí como una experiencia metafórica de lo que podría ser una forma distinta y más efectiva de trabajar y relacionarnos. Desde el propio diseño para cuidar el respeto, la toma de conciencia, la responsabilidad o la participación y la toma de decisiones o las formas concretas de dirigirse a otros, escucharles o empatizar. En este sentido, la propia experiencia puede ser más transformadora que el contenido o las conclusiones de la misma.

A partir de ahí, no deja de sorprenderme la potencia de plantear juegos formativos y la aplicación posterior del llamado «Círculo de aprendizaje experiencial» (CAE). Es un territorio para el uso de metáforas abiertas seguidas de una o varias preguntas que dejan al participante la responsabilidad de resolver el problema. Por ahí va esta línea de facilitación…

Los modelos CAE se basan en 4 fases y se han desarrollado por educadores como John Dewey, desde los años 30, hasta David Kolb en los 70 y 80. Las fases se convierten en un proceso que involucra tanto la mente como las emociones en una forma natural de aprender y que son: 

  1. Experiencia. Es la actividad misma, el juego. Cada cual tiene sus instrucciones, que incluyen una metáfora de presentación con paralelismo con la situación real de los participantes. Hay infinidad de juegos con mucho potencial. Uno muy conocido es, por ejemplo, la construcción de una torre.
  2. Reflexión. Esta es la fase en la que se pregunta “¿Qué ha pasado?”, “¿Qué hemos hecho bien?”, “¿Qué podríamos haber hecho mejor?” en relación a un objetivo principal que se clarifica (en el ejemplo podría ser, “con esta actividad queremos sacar algunos aprendizajes que nos ayuden a mejorar cómo trabajamos en equipo”). Aquí se trata de explorar lo que se acaba de transpirar, tanto individual como colectivamente. Para ello el facilitador comparte observaciones, hace buenas preguntas y focaliza la atención sobre aspectos concretos
  3. Generalización. Una vez derribadas las barreras a través del juego, es el momento de relacionar la metáfora con la realidad: “¿A qué nos recuerda esto en nuestra realidad?”, “¿En qué se parece?”
  4. Transferencia. Los participantes conectan la experiencia con propuestas concretas de aplicación a su puesto de trabajo: “Y, por lo tanto, ¿Qué pautas o conclusiones nos llevamos para nuestro día a día?”

Se trata, en definitiva, de una forma de trabajo que, en esencia, moviliza el cambio, como explica Stuart Brown:El juego nos permite acceder a un nuevo yo que está mucho más en sintonía con el mundo. Como el juego consiste en experimentar nuevas conductas o pensamientos, nos libera de las pautas de conductas establecidas

Imagen de esudroff en Pixabay

Alberto Barbero

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