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Tengo dos hij=s, Lucía en etapa universitaria y Martín en ese complejo ciclo que es cruzar la adolescencia al final de la ESO. Ven cada día a su aita –padre– trabajando de una manera, digamos que especial: en el lado estrecho de la mesa de madera de la cocina, con el portátil encendido antes de que salga el sol, acompañado de cuaderno, lápiz, goma de borrar y el estuche con rotuladores de colores. El móvil al lado, que suena de vez en cuando, con pitidos diferentes. De vez en cuando la mesa se cubre de hojas A3 garabateadas de cuadros, dibujos, esquemas y colores que relacionan ideas y algún post-it. Alguna vez preguntan «¿qué haces?, ¿en qué andas?», me miran, sonríen, y se van. En ocasiones les suelo explicar, a modo de dudas y contrastes de impulso, las relaciones entre las ideas que surgen en algún proyecto, o algunos contenidos que tengo en un documento en borradores. Quiero pensar que me atienden, eso parece, para responderme con un «no lo veo» o un escueto «suena bien». Me oyen hablar con alguna persona, intentan no molestar demasiado, siguen a lo suyo. Me pregunto a menudo si en ese futuro que creo se imaginan, cabría esta manera de trabajar, si les llama la atención o si simplemente quieren alejarse para probar otras maneras, a saber si ya inventadas o aún por descubrir.

He visto centenares de partidos de baloncesto, gracias a esa faceta de entrenador que convive conmigo sin descanso desde que tenía 13 años, y sobrepaso ya los cincuenta. Ver rivales, observar jugadores, analizarlos, verles evolucionar a lo largo de los años, en la pista o desde la grada. He observado entrenador=s, cómo se mueven, qué dicen y cómo lo dicen, cómo tratan a sus jugador=s en el error, en el acierto. Cómo motivan, cómo reaccionan frente a las decisiones arbitrales, cómo habitan la soledad de estar sol=s en la banda separada por las líneas del campo. He tomado cafés con ell=s, hablando de «cómos», de «por qué hiciste eso» u otras preguntas que surgen en los partidos. He preguntado mucho a entrenadores más experimentados que yo sobre su trabajo, sobre sus principios, ideas y miedos. Sobre liderar, conversar, convencer y practicar. Vuelvo después a mi casa, y anoto frases, ideas o garabatos con forma de campos de baloncesto en mis cuadernos de entrenar, para que no deje lugar al olvido y pueda formar parte de mi bagaje y de mis acciones en la próxima ocasión que pise una cancha. Anoto nombres de personas más jóvenes que yo para tratar de hacer junt=s, de entrenar junt=s y convertir así esas ideas en acciones y ejercicios, y también en principios compartidos de una manera de entender el deporte y sus relaciones.

Exploro cada día revistas, plataformas digitales, redes sociales, escuelas y universidades, en busca de jóvenes recién incorporados a la actividad profesional en mi campo o en ámbitos colindantes con mi actividad. Me gusta mucho ver qué reflejan, cómo escriben, qué tono usan, cómo se expresan, qué campos abren y qué enseñanzas muestran que rebobinan nuestra manera de entender el oficio. Con frecuencia abren puertas, otras confirman principios y algunas lanzan preguntas que no sé responder. Ninguna queda olvidada ni va a la papelera, porque en algún momento una referencia, una chica o un chico o un grupo de ell=s pueden ser una oportunidad de avanzar en la forma de trabajar de cada uno, en especial de mí. Siempre está el recurso del «¿hace un café?» para preguntar y escuchar, para saber qué piensan de su disciplina y de por qué tratan de hacerlo de esa manera. En ningún caso planteo una homilia en forma de recomendaciones ni consejos. No es el plan. El plan consiste en escuchar, preguntar y observar. A veces en compartir una idea para ver qué respuesta surge, sin prever nada; simplemente atender y si es posible ver «actuar en directo». Es la puerta a un segundo café más largo.

Hemos leído a Sennett, a Lipovetsky, a otros muchos autores escribir sobre la artesanía y sus repercusiones en el mundo profesional actual. Pero siempre bajo el prisma de nuestra propia forma de trabajar. Quizá nos toque ahora experimentar si en las generaciones venideras este concepto de trabajo es atractivo para quienes se incorporen al mundo laboral. Quizá deberíamos acercarnos a estos perfiles jóvenes que buscan su oportunidad y tienen además un perfil personal y social diferente al nuestro y pueden así contribuir a unas nuevas relaciones con el trabajo, más comprometidas, de más aprendizaje y más abiertas. Quizá sea el momento de que esto que llamamos artesanía sea un atributo especial de enseñanza y aprendizaje práctico para que perdure una manera de entender el trabajo y con él las relaciones personales y profesionales. Como el descubrimiento del talento y su posterior desarrollo para forjarse un futuro ojalá más prometedor; identificar perfiles, personas y profesionales en ciernes, explorar y observar jóvenes en su grado máximo de expresión en el campo que sea o convencer a Lucía y Martín que esta manera de trabajar que ven cada día les puede servir de cara al futuro.

 

Juanjo Brizuela
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