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Es en su última frase del libro “El artesano” en el que Richard Sennett relata que “La figura de Hefesto cojo, orgulloso de su trabajo aunque no de sí mismo, representa el tipo más digno de persona a que podamos aspirar”. Fue como el corolario que no cierra un libro sino que abre una inmensa manera de mirar nuestra actividad y revolvernos sobre nuestra profesión y oficio. El orgullo del trabajo no se corresponde con el final del trabajo, si es que acaso decidimos en algún momento que debía tener un final. 

Puede que tenga que ver con mi ámbito de trabajo, relacionado con las marcas y la comunicación, en donde sigue relacionándose hasta confundirse con “lo efímero”, con aquello que tiene un principio y un final y que una vez acabada una “campaña”, uno de esos términos que se relacionan con este campo del saber, se dio por finalizado el problema afrontado. En realidad es cuando eres consciente de que no deja de ser un punto kilométrico más en el camino recorrido por los proyectos, un camino que lleva al desarrollo posterior de las marcas, día a día, acción tras acción. 

Suelo insistir que hemos de ser conscientes de que una de las cuestiones que debemos de desarrollar con esmero es gestionar los recuerdos. Esos momentos, esas experiencias vividas a lo largo de los procesos de trabajo, que dejan huella, que dejan marca, permítanme llevarlo a mi terreno. Tiene que ver con medir las expectativas de nuestros proyectos en los inicios, pero tiene que ver más aún con el “poso” que queda del trabajo desarrollado, no solo en lo tangible sino en lo intangible, en las emociones, en las experiencias vividas, en las sensaciones dejadas. Los proyectos, esos que a menudo se miden desgraciadamente en gramos de páginas de papel, cuantos más mejor, llevan consigo un halo que cubre y dimensiona de otra manera nuestro trabajo realizado. Ese poso es el que en muchos sentidos nos da más riqueza personal y profesional que no únicamente el resultado final del proyecto en sí, que también. 

Retomo a Sennett, una de nuestras referencias de esto que tratamos de presentar como Consultoría Artesana, porque esa sensación de orgullo tiene que ver con observar el camino recorrido y con la satisfacción de lo realizado, también de aquello que no se hizo e incluso de esa “aspiración” que tiene que ver con lo que queda por hacer. Si seremos nosotr=s quienes lo hagamos o no, no es la pregunta correcta; más bien es la de si después de todo lo recorrido, esa organización para la que hemos trabajado, esas personas con quienes hemos trazado este camino, están preparadas para ponerse en marcha en ello con las habilidades suficientes, con los criterios fijados y trabajados en el tiempo y con el foco preparado hasta donde haya que observar. Y probablemente nos embriague la cuestión ya personal de si somos merecedores de esta nueva oportunidad o no. Es posible que entonces, cuando nuestra parte de dignidad real comience precisamente en ese instante; quizá sea ese el nuevo motivo que nos mueva a “representar ese tipo de persona a que podamos aspirar”, gracias a esta nueva inquietud. 

Recuerdo con especial cariño una organización con la que tuve el placer de trabajar durante muchos años, donde después del camino recorrido compartimos conjuntamente, el cliente y yo mismo, que era el momento de “separar” nuestra trayectoria. No fue descontento, no fue incapacidad, ni siquiera una negociación de condiciones de precio, plazo y metodología lo que nos separó, sino simplemente esa sensación de que la organización ya estaba preparada para afrontar ese reto y ese fue el principal logro, más allá de los informes presentados, los keynotes con las conclusiones y las presentaciones colectivas que se alargaban en debates en busca de los matices que enriquecieran cada frase. Fue un “hasta luego” que me provocó tal cantidad de preguntas sobre dónde pudo estar aquel momento en el que se evidenció el “hasta aquí”, que me inquietó hasta más no poder y donde los porqués aparecían día sí, día también. Pero fue también la evidencia de que quizá era el momento ideal para ambas partes: por el proceso recorrido, por las experiencias vividas, por todo lo aprendido y sobre todo por todo lo que habría que conseguir en el futuro. Sentí esa la sensación de liberación de tal dimensión que no sé si fue la dignidad o no, pero puedo confesar que el orgullo del trabajo realizado fue tan importante como el momento de decir “gracias y hasta pronto”. Ni la organización fue la misma que comenzó en aquel entonces ni siquiera yo fui la misma persona, el mismo profesional, que inició aquel proyecto y desde luego el que caminó por otros senderos una vez acabado. 

El caso es que tiempo después nos encontramos de manera casual o bien encontramos una excusa perfecta para tomarnos un café juntos y preguntarnos sobre nuestra evolución desde aquel momento. Y es cuando piensas que nunca te has ido, a pesar de que tu presencia no sea tal. Es entonces cuando entiendes esa última frase de Richard Sennett invitándote a seguir aspirando a continuar convirtiéndote en esa persona y ese profesional, artesano desde luego, que puedes llegar a ser en un futuro.

Imagen de Dean Moriarty en Pixabay.

Juanjo Brizuela
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